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viernes, 14 de noviembre de 2025

ÁLBUMES REPESCADOS: DODIE, MADISON CUNNINGHAM, QUADECA, OF MONSTERS AND MEN, SIGRID, AVERY ANNA, THE LEMONHEADS, MAIA SHARP, TAMAR BERK, LILY ALLEN y NEMO.

 


Penúltimo post de álbumes repescados antes de cerrar el año. Solamente nos queda una intensa semana antes de dar paso a nuestra lista de los mejores álbumes del 2025. Aquí hay una buena muestra de algunos álbumes que podrían estar en esa lista.


DODIE - NOT FOR LACK OF TRYING



DODIE ha mostrado una evolución clara en su carrera desde sus primeros trabajos hasta NOT FOR LACK TRYING. Aunque muchos lo perciban como su tercer álbum, en realidad es su segundo álbum de estudio, contando Build a Problem (2021) como el primero, mientras que los EPs previos suelen generar cierta confusión sobre su discografía. Su sonido ha ido madurando. Mantiene la sensibilidad introspectiva y emocional que la caracteriza, pero con mayor diversidad en producción y texturas sonoras. Este nuevo álbum también ha recibido más atención mediática, en parte gracias a que, aunque sigue publicando bajo su sello independiente Doddleoddle, ahora cuenta con el apoyo de un sello mayor y distribución de Universal/Decca, lo que amplifica su visibilidad y alcance. Comparado con su primer álbum, donde predominaban las baladas acústicas íntimas, en NOT FOR LACK TRYING hay más variedad de influencias y un sonido más elaborado, aunque la esencia confesional y cercana de sus letras se mantiene. NOT FOR LACK TRYING combina principalmente pop e indie, pero juega con influencias de folk, bossa‑nova y toques de soft rock. Aunque las baladas siguen siendo predominantes, muchas canciones incluyen arreglos más rítmicos o electrónicos, lo que intenta evitar que el álbum se perciba monótono. Esta mezcla refleja la intención de dodie de explorar distintos estilos sin perder su sello personal de música íntima y confesional. La producción del álbum a cargo de Joe Rubel y la propia DODIE es más rica y cuidada que en trabajos anteriores. Se utilizan capas de guitarras, sintetizadores sutiles, percusiones variadas y efectos de ambiente que crean texturas más expansivas. La voz de DODIE sigue siendo el centro de la experiencia, pero ahora se encuentra en un marco sonoro más amplio que permite que cada canción tenga su propio carácter y atmósfera. Las letras continúan siendo introspectivas y honestas, explorando emociones personales, relaciones y procesos de autoaceptación. Sin embargo, en este álbum DODIE incorpora una perspectiva más reflexiva y madura, mezclando humor y vulnerabilidad con observaciones sobre la vida cotidiana. La narrativa se mantiene cercana, como un diálogo íntimo con el oyente, pero con mayor complejidad emocional y variedad de historias. La crítica le otorga una media de 76 sobre 100 que se distribuye de la siguiente manera: Far Out Magazine, Clash y AllMusic 80/100 y DIY y The Skinny 60/100. Nuestra valoración es un 80 sobre 100. Tenemos que confesar que Build A Problem (2021) nos pareció muy prometedor y al ver que este segundo trabajo captaba mucha más atención mediática, esperábamos algo grande. La realidad es que preferimos su álbum debut. NOT FOR LACK TRYING nos ha parecido un trabajo bastante discreto en general. Así que no lo vamos a tener en cuenta para nuestra lista de los mejores álbumes del año —como todos los que tengan notas inferiores a 85/100 en nuestras valoraciones—  



MEJORES MOMENTOS: I'M FINE!, Smart Girl, Hold Fire, I Feel Bad For You Dave, Tall Kids, Different...

MEDIA CRÍTICA: 76/100

NUESTRA VALORACIÓN: 80/100

MADISON CUNNINGHAM - ACE 


MADISON CUNNINGHAM se mueve con una libertad que pocos artistas contemporáneos se permiten: no se limita a un género, no busca agradar al público con fórmulas conocidas, y su música parece surgir de una curiosidad genuina por explorar sonidos y estructuras. Esa actitud de absoluta independencia artística recuerda a la audacia de Tori Amos en sus primeros discos: priorizar la experimentación y la expresión personal por encima de las expectativas comerciales. En un contexto musical donde el éxito muchas veces depende de la capacidad de encajar en etiquetas fáciles de digerir, Madison se mantiene fuera de esos límites, y precisamente esa decisión de no encasillarse es lo que la hace fascinante para quienes valoran la música como un terreno creativo y en constante movimiento. En ACE, esa libertad y ese riesgo se hacen tangibles en cada elemento del disco. Los arreglos son impredecibles: guitarras que se entrelazan con efectos sutiles, secciones rítmicas que cambian de manera casi conversacional, y voces que se desplazan entre la claridad folk y modulaciones sorprendentes. Cada canción parece explorar un territorio propio, sin miedo a experimentar con tonalidades, progresiones y texturas poco convencionales. Incluso la producción transmite esa sensación de apertura: nada suena forzado ni uniformemente refinado; hay espacio para el detalle, la imperfección calculada y la espontaneidad, lo que refuerza la sensación de un álbum creado con curiosidad y sin prejuicios. ACE es, en ese sentido, un manifiesto de riesgo creativo: Madison no se contenta con repetir fórmulas, sino que busca constantemente reinventar su manera de contar historias y de jugar con los sonidos, algo que se percibe inmediatamente al escucharlo. En ACEMADISON CUNNINGHAM deambula por un amplio espectro de géneros y estilos, manteniendo siempre un núcleo de cantautora que da coherencia al álbum. El folk, en sus formas más clásicas, se combina con matices de chamber folk, con arreglos delicados y texturas orquestales ligeras que recuerdan a un cuarteto de cámara. Hay momentos en los que se perciben tintes de pop sofisticado, jazz sutil en los acordes y progresiones armónicas, y una apertura hacia el indie alternativo, especialmente palpable en colaboraciones como la de Fleet Foxes, cuya sensibilidad coral y afinación de paisajes sonoros encaja naturalmente con la de Madison. A lo largo del disco, los instrumentos se entrelazan de forma casi conversacional: guitarras, teclados, percusión suave y capas vocales crean atmósferas que cambian de manera orgánica, reforzando la sensación de exploración constante sin perder el hilo del storytelling de cantautora. En cuanto a las narrativas de Ace, el álbum se mueve entre lo íntimo y lo expansivo, entre lo introspectivo y lo observacional. Las letras combinan relatos personales con reflexiones sobre relaciones, identidad y descubrimiento, a menudo con un tono poético que deja espacio para la interpretación del oyente. Hay historias contadas de manera lineal, y otras que funcionan más como imágenes o sensaciones fragmentarias, lo que refuerza la sensación de fluidez emocional. Esa mezcla de cercanía y abstracción permite que cada canción se sienta como un instante vivido o imaginado, en el que la emoción supera a la estructura narrativa tradicional, reforzando la sensación de libertad artística que permea todo el disco. Se nota que MADISON CUNNINGHAM tiene el control artistico de este trabajo de la que es también su principal productora junto a Robbie Lackritz. ACE ha obtenido una media crítica de 81 sobre 100 que se distribuye de la siguiente manera: AllMusic, Paste, The Skinny, Uncut, God Is In The Tv y Far Out Magazine 80/100; Spectrum Culture 76/100 y Pitchfork 75/100. Si habéis llegado hasta aquí ya sabréis que todo lo que os hemos contado de ACE y de MADISON CUNNINGHAM es justo lo que nosotros buscamos en un artista y un álbum. Por eso nuestra valoración es de un 85 sobre 100



MEJORES MOMENTOS: My Full Name, Goodwill, Wake, Break The Jaw, Skeletree, Shore...

MEDIA CRÍTICA: 81/100

NUESTRA VALORACIÓN: 85/100

QUADECA - VANISHER, HORIZON SCRAPER


Detrás de QUADECA se esconde Benjamin Fernando Barajas Lasky un cantante, compositor, rapero y productor discográfico estadounidense. VANISHER, HORIZON SCRAPER es su cuarto álbum de estudio y es una obra que se mueve entre estilos con una libertad poco habitual. Aunque mantiene cierta raíz en el hip-hop y en la escritura confesional que caracteriza al artista, el sonido se aleja de cualquier fórmula reconocible. A lo largo del álbum aparecen momentos de pop de cámara, folk electrónico, ambient, glitch y hasta estallidos que recuerdan al post-rock o al rock experimental. Las canciones no siguen una estructura estable: unas se construyen sobre guitarras y cuerdas que crean una sensación de calma casi etérea, otras se disuelven en capas de ruido o sintetizadores distorsionados que transmiten desorientación. El conjunto suena a un intento deliberado de borrar las fronteras entre lo orgánico y lo digital, entre lo íntimo y lo monumental, como si QUADECA quisiera reflejar el vaivén emocional de un viaje interior. Esa mezcla de estilos no es solo decorativa, sino que forma parte del relato que atraviesa el disco. La historia que sugiere parece la de alguien que emprende una travesía por un espacio simbólico —a menudo asociado al mar o al horizonte— en busca de algo que nunca llega a alcanzar del todo. A medida que avanza el álbum, el personaje se enfrenta a distintas figuras que podrían representar sus miedos, su culpa o su deseo de trascender. En lugar de narrar una aventura lineal, QUADECA plantea un proceso de transformación: empieza con una sensación de apertura y curiosidad, pasa por fases de euforia y caos, y termina en una especie de aceptación silenciosa, como si el viaje no hubiera servido para encontrar respuestas, sino para comprender el propio vacío. Las letras alternan entre la vulnerabilidad y la grandilocuencia, entre la confesión personal y la imagen mitológica; hablan de desaparición, de muerte, de la necesidad de soltar lo que uno fue. El sonido y la narración se confunden, de modo que cada cambio de tono —de lo acústico a lo electrónico, de lo melódico a lo abrasivo— refleja el estado anímico del protagonista. En conjunto, el disco actúa como una experiencia más que como una colección de canciones: un intento de capturar lo que ocurre cuando alguien se enfrenta a sí mismo en un entorno infinito y cambiante. Es un proyecto que juega con la idea de desvanecerse, de perderse para poder reconstruirse, y lo hace combinando géneros y texturas que se entrelazan con la misma fluidez con la que el narrador parece oscilar entre la vida y la desaparición. El álbum está producido por QUADECA, Joan Lennox y Noah Ehler. En el apartado de colaboraciones nos encontramos a Oleka, Danny Brown y Maruja. La crítica le otorga una media de 72 sobre 100 basada en cuatro valoraciones: Spill Magazine y The Needle Drop 80/100; Pitchfork 67/100 y Paste 60/100. Quizás lo más frustrante de enfrentarse a un disco como VANISHER, HORIZON SCRAPER no sea su densidad ni su rareza, sino el hecho de que exige algo que ya casi no tenemos: tiempo. En otro contexto, con días más largos o menos novedades compitiendo por la atención, este álbum podría revelar capas que ahora solo intuimos. Es una obra que no se deja consumir, que pide escucha, disposición y un poco de fe, y eso la hace tanto admirable como difícil de encajar en el calendario. Tal vez por eso su recepción crítica se quede en una media correcta y no en un consenso entusiasta: no es un disco pensado para el ritmo en que vivimos. Pero, incluso en medio del exceso de lanzamientos y la prisa por llegar a todo, hay algo en su ambición y en su melancolía que sigue resonando. Y eso, en los tiempos que corren, ya es mucho. Nuestra valoración es un 80 sobre 100.  


MEJORES MOMENTOS: GODSTAINED, MONDAY, RUIN MY LIFE, NO QUESTION ASKED, WAGING WAR

MEDIA CRÍTICA: 72/100

NUESTRA VALORACIÓN: 80/100 

OF MONSTERS AND MEN - ALL IS LOVE AND PAIN IN THE MOUSE PARADE


Han pasado catorce años desde que OF MONSTERS AND MEN se convirtieran en un One-Hit Wonder con el éxito global de Little Talks. Fue una canción tan masiva —en radio y playlists— que eclipsó por completo el resto de su discografía. Les pasó algo parecido a lo que sufrieron muchas otras bandas indie-pop de principios de los 2010s. El éxito súbito los convirtió en “una referencia de época” más que en un grupo con trayectoria sostenida. Recientemente han editado su cuarto álbum de estudio ALL IS LOVE AND PAIN IN THE MOUSE PARADE y es el mejor álbum de su discografía. Os lo decimos nosotros y también lo dice la crítica que lo ha valorado con una nota bastante más alta que la de sus tres trabajos anteriores que nunca alcanzaron el 70/100 de media, incluido el aclamado My Head Is An Animal (2011) donde se incluye la famosa canción que obtuvo un 68/100 y era la nota más alta hasta la llegada de ALL IS LOVE AND PAIN IN THE MOUSE PARADE que ha recibido una media de 74 sobre 100 que se distribuye de la siguiente manera: Mojo, Spectrum Culture y Record Collector 80/100; AllMusic 70/100 y Dork 60/100. En sus dos primeros discos, My Head Is an Animal (2011) y Beneath the Skin (2015), la banda todavía jugaba con una estética más “folk épica islandesa”: coros multitudinarios, percusión tribal, y letras un tanto abstractas pero con un aire de cuento nórdico. En ALL IS LOVE AND PAIN IN THE MOUSE PARADE, en cambio, hay una narrativa mucho más íntima. Las canciones parecen entrelazadas por un mismo hilo emocional: la tensión entre la conexión humana y la melancolía moderna. El grupo deja atrás la épica coral y se adentra en un tono casi confesional. Esto se nota en las letras, más personales, más terrenales. Ya no se esconden detrás de metáforas de monstruos y animales: ahora hablan de la pérdida, el desgaste del amor y la soledad en un mundo hiperconectado. En la producción, se percibe un salto enorme. La banda, que siempre se movió entre lo orgánico y lo coral, se acerca aquí a un sonido más refinado, con capas electrónicas y ambientes texturales reminiscentes de Bon Iver o The National. Las guitarras y las percusiones están tratadas casi como instrumentos de fondo, no de protagonismo: el espacio sonoro lo dominan sintetizadores envolventes, reverbs amplias y una sensación de inmersión que antes no tenían. La mezcla es mucho más rica en matices. Ya no buscan el “hit”, sino una experiencia completa, algo que se escucha mejor como álbum que como lista de canciones sueltas. Nanna Bryndís y Ragnar Þórhallsson siempre fueron el eje vocal, pero aquí hay un equilibrio mucho más maduro. Nanna toma el protagonismo emocional en casi todo el disco, con un timbre más vulnerable, mientras Ragnar aporta contrapesos más introspectivos. La química vocal entre ambos ya no se usa como un gancho pop, sino como un diálogo interno. Y eso encaja perfectamente con el tono del disco. Aunque siempre serán islandeses, ya no suenan “a Islandia”. En este álbum hay influencias de dream pop, art rock y synthfolk. Se pueden rastrear ecos de Beach House, The War on Drugs, incluso Sigur Rós, pero filtrados por un prisma más íntimo. Han dejado de intentar repetir el éxito de Little Talks y, en su lugar, se han permitido ser una banda más adulta, más contemplativa. Y ahí está la gran paradoja este disco no está hecho para volver al mainstream, sino para consolidar su identidad musical. Es su “álbum de madurez”, el que quizás no cambie su percepción pública, pero sí su legado artístico. Por eso, aunque no logre atención masiva, ALL IS LOVE AND PAIN IN THE MOUSE PARADE es probablemente el momento en que OF MONSTERS AND MEN se convierten, por fin, en una banda con discografía, no en “los de Little Talks”. El gran problema es que eso lo van a saber solamente los que han seguido a la banda todo este tiempo o los que nos dedicamos a escribir reseñas. Porque son demasiados lanzamientos a la semana y hasta los álbumes con atención mediática acaban pasando desapercibidos. Por nuestra parte, este álbum ha sido una de las sorpresas más agradables del año y no podemos darle menos de un 85 sobre 100.  


MEJORES MOMENTOS: Television Love, Dream Team, The Actor, Kamikaze, Ordinary Creature, The End...

MEDIA CRÍTICA: 74/100

NUESTRA VALORACIÓN: 85/100

SIGRID - THERE'S ALWAYS MORE THAT I COULD SAY


SIGRID ganó el BBC Sound Of 2018 y eso trajo muchísimas expectativas, entre ellas que sería una estrella pop global como muchos otros ganadores de esa mención (Adele, Ellie Goulding o Sam Smith) pero eso no ocurrió finalmente. Después de dos álbumes con un buen recorrido comercial, pero no el de una estrella pop global, llega THERE'S ALWAYS MORE THAT I COULD SAY un álbum en el que ella misma admite que se ha tomado un descanso en la manera de trabajar. Según palabras textuales ya no está en "modo máquina del pop" y admite que hizo este nuevo trabajo con otra mentalidad, con menos presión, haciendo "música para mi" y no tanto para cumplir expectativas externas. Eso es algo que se percibe y creemos que ha beneficiado muchísimo a este nuevo trabajo. En este tercer álbum, SIGRID sigue siendo esencialmente pop, pero juega con diferentes matices y texturas que hacen que su sonido no sea uniforme. Hay canciones luminosas y juguetonas, otras con sintetizadores más densos y una energía casi electrónica, y también momentos más íntimos y desnudos en los que la producción se relaja y su voz adquiere protagonismo absoluto. Incluso se perciben pinceladas de pop‑rock ligero en algunas pistas y cierta experimentación con la electrónica de forma sutil. No se trata de que reinvente el pop, sino de que se permite explorar diferentes registros y atmósferas dentro de su estilo, lo que le da al disco variedad y riqueza sin perder su identidad. En cuanto a la narrativa, el álbum recorre distintas emociones y estados de ánimo. Hay canciones que transmiten entusiasmo y alegría, otras que hablan de desamor, frustración o conflicto emocional, y algunas que reflejan la introspección y el crecimiento personal. A lo largo del disco también se percibe un tono de diversión y libertad creativa que hemos comentado al principio: SIGRID transmite la sensación de estar haciendo música para disfrutarla, sin presión externa, y combina seriedad con momentos de humor y ligereza. La sensación general es la de un viaje emocional complejo, en el que se alternan la energía, la vulnerabilidad y la reflexión, pero siempre con honestidad y frescura. Aún así, a pesar de no ser esa estrella global que se esperaba y viendo como está el panorama últimamente, si comparamos a SIGRID con Perrie o Ava Max, por citar algunas representantes del pop mainstream actual, está claro que SIGRID juega en otra liga muy distinta. Porque ella siempre se ha movido en una línea de pop melódico, emocional y autoconsciente, pero con un pie en la credibilidad indie. En THERE'S ALWAYS MORE THAT I COULD SAY se nota un gusto por la estructura pop clásica, pero también por el detalle artesanal: letras más sinceras, producción menos artificiosa, y una interpretación vocal que no busca impresionar sino conectar. Sus canciones no suenan escritas “por comité” ni parecen "de laboratorio" (como suele pasar en gran parte del pop mainstream estadounidense), sino por alguien que tiene voz autoral realEjemplo: Jellyfish podría sonar en la radio, pero también en una playlist alternativa sin chirriar. SIGRID se acerca más a la escuela de Robyn, MUNA o Caroline Polachek: pop emocional, pero con capas. No necesita disfrazarse de “diva” ni de “voz del pueblo”; su carisma viene de la honestidad y del control artístico. SIGRID no es más sofisticada por sonar menos comercial, sino porque su música parte de una relación genuina con el pop como lenguaje emocional, no como producto. Se nota que entiende el género y juega con él con inteligencia: sabe cuándo ser brillante, cuándo ser íntima, cuándo reírse de sí misma. Incluso cuando no innova formalmente, su sinceridad le da credibilidadAdemás, su producción (normalmente con Sly, Fred Gibson, o Martin Sjølie) evita los clichés de Max Martin o Ryan Tedder que dominan el pop mainstreamEn ese sentido, sí: SIGRID está en una liga donde el pop se hace con cerebro y corazón a la vez, mientras que Perrie y Ava Max (por caminos distintos) representan lo seguro o lo prefabricado. Este tercer álbum ha tenido mucha menos atención mediática que los dos anteriores, solamente albumoftheyear ha recogido cuatro reseñas frente a las decenas de reseñas que amasaron sus dos trabajos anteriores: Dork 80/100; AllMusic y The Line Of Best Fit 70/100 y Clash 60/100 para terminar con una media de 70 sobre 100 que también es la más baja de su discografía. Si te tomas THERE'S ALWAYS MORE THAT I COULD SAY como ese disco sin demasiadas pretensiones que sin quererlo aporta cosas muy buenas, seguramente estarás de acuerdo con nuestra valoración: un 85 sobre 100. El gran problema es que no hay un género en la industria más visible y explotado que el pop y este álbum puede pasar la evaluación individual con nota. Pero la comparativa con otros trabajos pop o de otros géneros... Eso será otro cantar.  

 


MEJORES MOMENTOS: Jellyfish, Two Years, Fort Knox, Hush Baby Hurry Slowly, Eternal Sunshine...

MEDIA CRÍTICA: 70/100

NUESTRA VALORACIÓN: 85/100

AVERY ANNA - LET GO LETTERS


Ha pasado muy poco tiempo desde la última vez que hablamos de AVERY ANNA. Pensábamos que Breakup Over Breakfast (2024) aún tenía mucha vida por delante. Pero cuando, en menos de un año, aparece un disco nuevo, es como si se sepultara todo lo anterior, como si se le restara validez. Y no es una sensación que tengamos solo con AVERY ANNA: últimamente la experimentamos con todos los artistas que publican un álbum por año. En su caso, esta sensación se acentúa todavía más, porque LET GO LETTERS es diametralmente opuesto a Breakup Over Breakfast (2024). Si en el disco anterior nos encontrábamos con una joven que hablaba de rupturas a ritmo de country-pop —con un ADN oculto de rockera—, en LET GO LETTERS descubrimos a una baladista potente y más madura. Y nos gusta, porque está haciendo justo lo contrario de lo que le recomendaría una major. Después de Breakup Over Breakfast, una discográfica tradicional le habría aconsejado estirar el chicle de “cantante juvenil”, no tener prisa por crecer, cumplir primero ese ciclo. Pero ella ha ido a contracorriente. ¿Se siente forzado? La verdad es que no. Se muestra mucho más cercana y humana, y la tomamos mucho más en serio que el año pasado. Ya no la percibimos como nuestro guilty pleasure del verano, ni como un fenómeno viral pasajero, sino como una artista que sabe cantar y construir buenas canciones. Le sienta francamente bien adentrarse en un terreno más introspectivo del pop moderno, con un tono adulto pero todavía accesible. Sus letras hablan de crecimiento personal, aceptación y desengaños; su voz refleja mucha más seguridad y control que en su álbum anterior. La producción en LET GO LETTERS es más cuidada y uniforme. Todavía se percibe la sombra de Taylor Swift, pero ahora como una inspiración manejada con criterio, no como imitación. Para nosotros, este álbum demuestra que AVERY ANNA es una artista joven pero formada, capaz de sostener un proyecto más allá de los quince segundos virales. La gran pregunta es si a su público le gustará esta versión más adulta y arriesgada, tan opuesta a las recomendaciones de las majors. Lo sabremos en el próximo capítulo, cuando lance su siguiente disco. Si retrocede hasta la casilla de Breakup Over Breakfast, será indicativo de que este álbum no ha calado. No sería la primera vez que ocurre: artistas que arriesgan a menudo retroceden tras una reacción tibia del público. Lo vimos con Katie Melua o Avril Lavigne, por citar dos ejemplos —aunque pertenecen a un contexto muy diferente. Como ocurrió con Breakup Over Breakfast, ningún medio importante ha valorado este segundo trabajo; los agregadores de críticas siguen sin movimiento en su perfil, así que tendréis que confiar en nuestro criterio: LET GO LETTERS merece un ascenso respecto a su álbum debut, y nuestra nota es un 85 sobre 100.        




MEJORES MOMENTOS: Mr. Predictable, Grave, danny don't, Wish You Well, Giddy Up!...

MEDIA CRÍTICA:----

NUESTRA VALORACIÓN: 85/100

THE LEMONHEADS - LOVE CHANT




Estamos muy contentos porque LOVE CHANT de THE LEMONHEADS ha recibido la atención mediática que merecían. Tras casi dos décadas sin grabar material inédito desde The Lemonheads (2006). Después de ese álbum solo habían publicado discos de versiones o recopilatorios, pero nunca ningún álbum que contuviera nuevas canciones originales. Así que es normal que LOVE CHANT haya despertado expectación porque la banda de Evan Dando tocó techo en los noventa con álbumes como It's a Shame About Ray (1992) y sobre todo con Come On Feel (1993). Para los que se pregunten qué queda de ellos en este nuevo álbum, treinta años después de esa época dorada de la banda, diremos que el sentido de la melodía y la combinación de guitarra afilada más estribillos pegadizos, siguen estando. Aunque ha pasado el tiempo, la columna vertebral de su sonido, sigue intacta. Canciones como Deep End o In The Margin están impulsadas por riff potentes y ritmo directo que remiten a la energía de THE LEMONHEADS en los noventa. Luego están las colaboraciones. Varios nombres que el fan originario podría reconocer por la afinidad con la banda en el pasado, también participan en este álbum, por ejemplo Juliana Hatfield, J Mascis, Tom Morgan (que ya había colaborado con Dando). Esto da continuidad al “círculo” alternativo al que pertenecían. Luego está el tono confesional de sus letras. Siendo una banda enérgica, sus letras ya mostraban toda la vulnerabilidad que una banda liderada por un hombre cis hetero normativo podía mostrar. Hablaban de relaciones y desencanto. Eso sigue presente. Pero ojo, la vida ha pasado por Evan Dando, ha madurado, ha contado sus experiencias con las adicciones y tampoco le apetece empezar una nueva etapa basada en el autohomenaje y la nostalgia. Hay algunos cambios. Dando reside en Brasil, el productor de este álbum es brasileño Apollo Nove y eso, quiera que no, significa que la banda ya no es exactamente la misma formación de los noventa, ni opera bajo las mismas circunstancias musicales y mediáticas de entonces. Digamos que LOVE CHANT es un álbum de retorno que honra su pasado, pero que no se queda atrapado en él, y eso da como resultado algo familiar pero con matices distintos. La crítica le ha dado una media de 74 sobre 100 que se se distribuye de la siguiente manera: Northern Transmissions 95/100; Uncut, Mojo, Spill Magazine, Albumism, Classic Rock y Still Listening 80/100; PopMatters, Clash, Spectrum Culture, Far Out Magazine, Hot Press 70/100; Allmusic, The Line Of Best Fit y The Arts Desk 60/100. Una media que está lejos de superar el 88/100 de It's a Shame About Ray (1992) punto álgido de su época dorada, pero no tenemos ninguna duda de que LOVE CHANT puede abrir una nueva etapa en la banda. Nuestra valoración es de un 82 sobre 100.        



MEJORES MOMENTOS: Deep End, In The Margin, Togetherness Is All I'm After, The Key Of Victory

MEDIA CRÍTICA: 74/100

NUESTRA VALORACIÓN: 82/100

MAIA SHARP - TOMBOY


Teníamos muchas ganas de ver como continuaba la carrera de MAIA SHARP tras Reckless Thoughts (2023) un album que celebramos muchísmo en este blog y que terminó entre los diez primeros de nuestra lista de los mejores álbumes de su año de producción. Ahora vuelve con TOMBOY y tampoco decepciona. Si Reckless Thoughts (2023) estaba marcado por una ruptura, TOMBOY es un álbum en el que MAIA SHARP se reconcilia con la niña que fue. TOMBOY se refiere a esas niñas que desde pequeñas no encajan en los roles tradicionales. Esto es lo que la propia MAIA SHARP decía en una entrevista con Glide Magazine: "He pasado buena parte de mi vida aprendiendo a no disculparme por quién soy. Tomboy es, de algún modo, la carta de amor a esa niña que se sentía rara, y la promesa de que ya no la voy a esconder". Desde ese punto de partida, el disco se mueve entre varios territorios sonoros: el folk y la Americana siguen siendo su columna vertebral, pero ahora se combinan con un sentido rítmico más experimental y una producción llena de matices. Sharp toma los lenguajes acústicos y los somete a un proceso de depuración: todo suena cercano, pero también trabajado, con una atención artesanal a la textura de cada sonido. En lugar de recurrir a una batería tradicional, se apoya en percusiones hechas con objetos domésticos, pequeños ruidos que funcionan como pulsaciones íntimas. Esa decisión le da a las canciones un aire contenido, casi de respiración, donde el ritmo se siente más que se oye. Sobre esa base, aparecen capas de sintetizadores diminutos, ecos de mellotron, saxofones que entran y salen como voces interiores, guitarras barítonas, acordes de piano que nunca buscan imponerse. Todo en TOMBOY parece diseñado para sostener una voz que no necesita imponerse, porque la sinceridad con que se entrega basta para llenar el espacio. El disco tiene el sonido de alguien que ha dejado atrás la urgencia y se permite jugar. No hay dramatismo en exceso ni afectación: hay curiosidad. Sharp se produce a sí misma y se nota en la libertad con la que los arreglos cambian de temperatura. A veces las canciones suenan al folk más desnudo; otras rozan un pop atmosférico, casi de cámara, y en algunos pasajes se insinúan ritmos que recuerdan al soul o al jazz, aunque siempre bajo una luz tenue. Narrativamente, TOMBOY se organiza como una colección de pequeños reencuentros. Las letras recorren la infancia, la amistad, el amor maduro y la idea de seguir adelante sin perder la capacidad de asombro. Hay una alegría contenida en estas canciones, como si la autora se permitiera celebrar la serenidad conquistada tras años de mirar hacia dentro. En el apartado de colaboraciones encontramos las voces de Terri Clark y Matthew Perriman Jones. El álbum termina con una decisión curiosa: una versión de I Still Haven’t Found What I’m Looking For de U2. A primera vista, puede parecer innecesario volver sobre una canción tan transitada, pero en el contexto del disco cobra un sentido más íntimo. Sharp no intenta reinventarla: la desnuda. Le quita el ímpetu épico y la transforma en una plegaria casi doméstica, una forma de decir que incluso después de aceptarse, la búsqueda nunca termina. Es un cierre circular: después de todo lo aprendido, la vida sigue siendo un territorio abierto. En conjunto, TOMBOY es un trabajo de madurez que no suena a conclusión, sino a equilibrio. Sharp se mueve entre géneros sin necesitar nombrarlos, y en esa mezcla encuentra su tono más personal. No hay artificio: sólo la voz de una mujer que ha aprendido a sonar exactamente como es. Nuestra valoración para este hermoso trabajo es de un 87 sobre 100.  

  


MEJORES MOMENTOS: Asking For A Friend, Better Story, Tomboy, Is That What Love Does, Edge Of The Weatherline...

MEDIA CRÍTICA:----

NUESTRA VALORACIÓN: 87/100

TAMAR BERK - OCD


En los últimos años, TAMAR BERK ha demostrado una constancia que rara vez se ve en el panorama del indie pop. Desde Tiny Injuries (2023) hasta Good Times for a Change (2024), su música ha crecido en confianza y en claridad, sin perder nunca esa mezcla de vulnerabilidad y melodía que la distingue. Con OCD (2025), Berk firma su trabajo más equilibrado y luminoso, un disco que transforma la obsesión y la ansiedad en canciones pop de estructura impecable y emoción transparente. A lo largo de su trayectoria, Berk ha trabajado sobre un eje reconocible: guitarras nítidas, melodías brillantes y una voz que parece hablar directamente al oyente, sin intermediarios. En OCD, ese lenguaje alcanza una nueva madurez. El título —TOC en Inglés— podría sugerir un álbum oscuro o introspectivo, pero lo que encontramos es casi lo contrario: un repertorio vitalista, lleno de ritmo, donde los bucles mentales se convierten en motores de energía. El disco suena a reconciliación con uno mismo, a aceptar el propio desorden y hacerlo bailar. Las letras —tan personales como universales— siguen explorando las grietas de la identidad y la memoria, pero ahora desde un punto de vista más sereno. Berk ya no busca respuestas, sino equilibrio. Hay momentos en los que reflexiona sobre la confusión emocional, la rutina o el paso del tiempo, pero siempre desde una mirada cálida, casi optimista. Canciones como you ruined this city for me o there are benefits to mixed emotions condensan esa dualidad entre claridad pop y fondo emocional, entre el impulso de moverse y la necesidad de comprenderse. El sonido, por su parte, conserva la elegancia artesanal de sus trabajos previos, pero con una producción algo más expansiva. OCD suena grande sin dejar de sonar íntimo: guitarras limpias, bajos melódicos, baterías contenidas y un sentido de la melodía que remite tanto al power pop clásico como al indie contemporáneo. En algunos momentos recuerda a la ligereza melódica de The Go-Go’s o a la ironía emocional de Aimee Mann. OCD conecta muy bien con Mental Illness (2017) de Aimee Mann —y es que se nota que Mann se encuentra entre sus referentes, así como Liz Phair o Juliana Hatfield— , pero la voz de Berk mantiene siempre el centro. Cada canción está construida con la precisión de alguien que entiende la estructura pop como un mecanismo perfecto: estrofa, puente, explosión. Todo en su sitio, todo al servicio de la emoción. Hay un equilibrio perfecto entre el pulso luminoso y los matices emocionales que recorren el álbum. Berk demuestra que se puede hacer pop con profundidad, sin necesidad de dramatizar. En un género donde la ironía o la frialdad suelen imponerse, ella opta por la franqueza. Canta con una naturalidad apabuyante, construyendo canciones que parecen pensadas para acompañar, no para impresionar. Es música que se cuela sin ruido, pero deja huella: sencilla, directa y honesta. Uno de los aspectos más interesantes del disco es su relación con la idea de control. En lugar de tratar la obsesión como algo que hay que eliminar, Berk la convierte en un principio creativo. La repetición, el orden, el detalle minucioso se transforman aquí en ritmo, en estructura, en belleza. OCD podría leerse como un homenaje a esa necesidad de hacer las paces con la mente y sus manías, de encontrar en la reiteración un modo de afirmarse. Lo admirable es que, pese a su aparente sencillez, el disco conserva una profundidad emocional que no suele encontrarse en el indie pop más ligero. Berk no se esconde tras el artificio, ni busca la extravagancia como escudo. Su música aspira a ser entendida, tarareada, compartida, pero sin perder el pulso íntimo que la define. En ese sentido, OCD demuestra que lo independiente no tiene por qué sonar oscuro ni críptico: puede ser claro, directo y contagioso, sin dejar de ser sincero. Quizás el gran misterio de TAMAR BERK sea su falta de visibilidad. Pese a una discografía impecable y la solidez de sus últimos trabajos, apenas ha recibido atención fuera de pequeños círculos de oyentes fieles. No hay grandes críticas, no hay escaparate mediático, solo canciones que circulan de boca en boca, de usuario en usuario. Sin embargo, esa falta de exposición no resta valor a su trabajo; al contrario, refuerza su autenticidad. Hay algo profundamente independiente —en el mejor sentido— en su manera de componer y publicar, en su decisión de seguir adelante sin esperar validación externa. En definitiva, OCD consolida a TAMAR BERK como una de las voces más consistentes y personales del indie pop actual. Un disco que combina la accesibilidad de las buenas melodías con la honestidad emocional de quien ha aprendido a observarse sin miedo. Puede que sus canciones no suenen aún en todas partes, pero poseen esa cualidad que distingue a los grandes trabajos: la sensación de que cada repetición revela algo nuevo, que detrás del brillo hay una verdad que no se agota. Si a Tiny Injuries lo puntuamos con un 87/100 y a Good Times for a Change con un 88/100, este nuevo trabajo alcanza sin duda el 90 sobre 100: una recompensa justa para una artista que sigue creciendo a base de canciones que iluminan incluso sus propias obsesiones.

  


MEJORES MOMENTOS: stay close by, you ruined this city for me, there are benefits to mixed emotions... 

MEDIA CRÍTICA:----

NUESTRA VALORACIÓN: 90/100

LILY ALLEN - WEST END GIRL


WEST END GIRL es el quinto álbum de estudio de LILY ALLEN. Se liberó el pasado 24 de Octubre sin ningún single previo de adelanto. Solo avisaron a los medios cuatro días antes de que el disco se lanzaría. No publicaba nada desde No Shame (2018) y esta manera tan abrupta de irrumpir podría no haber salido bien. Pero WEST END GIRL tenía muchos ingredientes convencer. Se trata de un disco que fue escrito y grabado en un periodo bastante breve: la mayor parte del álbum se compuso en unos 10 días en diciembre de 2024 en Los Ángeles y está profundamente influido por la ruptura de su matrimonio con el actor David Harbour. Trata algunos temas incómodos como infidelidad, relaciones abiertas, traición... Aunque muchas de las letras se inspiran en hechos reales de su vida, Allen dice que no es un álbum de “venganza” pura y la realidad es que aborda su ruptura sin cinismo ni victimismo. En lugar de un álbum “de venganza”, WEST END GIRL suena introspectivo y humano, mostrando culpa, deseo y autocrítica. Allen recupera su talento clásico para observarse y observar a los demás con ironía y precisión social. Habla de monogamia, celos, terapia, edad y fama sin victimismo, mezclando crudeza y ternura. Según The Guardian: "Sigue siendo la cronista más aguda de la vida emocional millennial". LILY ALLEN no es solo una cantante pop: lleva casi veinte años funcionando como una especie de diario público en tiempo real. Cada etapa de su vida —la juventud cínica de Alright, Still (2006), la ironía de It’s Not Me, It’s You (2008), la desilusión de Sheezus (2014), la confesión terapéutica de No Shame (2018), y ahora WEST END GIRL— ha sido una versión distinta de la misma voz, creciendo ante nosotros. Eso genera una conexión de largo recorrido: la crítica (y muchos fans) sienten que la han acompañado en su vida, y que este disco cierra un ciclo. Por eso, más que juzgar la música per se, lo que se valora es la coherencia del personaje y cómo ha conseguido transformar vulnerabilidad en arte. Es decir, WEST END GIRL se percibe menos como el nuevo disco de LILY ALLEN y más como el último capítulo de una historia vital que conocemos. WEST END GIRL es un álbum más sobrio que sus trabajos anteriores: Producción minimalista, casi indie pop electrónico. Influencias de trip-hop, dream pop y UK garage lento. Grabado con un pequeño equipo lo que le da cohesión y calidez. Es cierto que musicalmente no hay nada que rompa moldes. Pero esa normalidad sonora se interpreta, paradójicamente, como una virtud. Después de los excesos de Sheezus o el electropop de No Shame, el tono minimalista —casi maqueta— se lee como autenticidad: “No intenta demostrar nada, solo contarlo bien.” Osea: el álbum gusta no porque “suene innovador”, sino porque no pretende innovar. Es el equivalente musical de un libro de memorias contado sin artificios. La crítica ha respondido muy bien ante este trabajo que se ha convertido en el mejor valorado de su carrera con una media de 84 sobre 100, con medios como DIY, MusicOHM y The Independent que le han otorgado el 100/100 y en general con muy buenas valoraciones excepto los 60/100 de Slant Magazine, The Needle Drop, The Arts Desk o The Irish Times. Con respecto a los críticos hay un componente claro de afecto acumulado. LILY ALLEN ha pasado por etapas de exposición pública durísimas: adicciones, maternidad, polémicas, depresión, redes sociales, teatro… Muchos periodistas culturales crecieron escuchándola y la perciben ahora como una voz superviviente en una industria que suele devorar a las mujeres jóvenes. Ese trasfondo genera cierta benevolencia crítica: no tanto por pena, sino por reconocimiento, respeto y cariño. Es como si cada buena crítica dijera: "Nos alegramos de que siga aquí, lúcida y con algo que decir". La ironía de Allen —su capacidad de reírse de sí misma mientras expone sus miserias— sigue siendo algo que pocos hacen bien. Esa mezcla de cinismo británico y vulnerabilidad real es su marca registrada, y aunque musicalmente no cambie mucho, en las letras y el tono se nota una madurez que muchos celebran. WEST END GIRL no ha sido aclamado por innovador, sino por emocionalmente consecuente. Es el tipo de álbum donde lo que conmueve no es el sonido, sino el acto de seguir hablando con honestidad después de tanto tiempo bajo los focos. Nuestra Valoración es de un 85 sobre 100.



MEJORES MOMENTOS: West End Girl, Ruminating, Tennis, Sleepwalking, Pussy Palace, Madeline, Frutyloop, Dallas Major

MEDIA CRÍTICA: 84/100

NUESTRA VALORACIÓN: 85/100

NEMO - ARTHOUSE

Todos los años hay una canción ganadora en Eurovision que consigue grandes momentos virales y millones de streamings y que tiene a un intérprete detrás un tanto desbordado y que no siempre consigue sacar un álbum a la altura de esa canción. En la última década se puede decir que solamente han superado ese escollo la banda italiana de rock Måneskin, especialmente su líder Damiano David y el portugués Salvador Sobral que representa esa grieta por la que se coló el buen gusto en Eurovisión. Desde su aparición en el festival, su carrera ha sido imparable al margen del mainstream. En estos momentos lo tenemos de gira por España con Silvia Pérez Cruz. En 2024 Eurovisión lo ganó Suiza con NEMO y su canción The Code. La única ganadora posible. Una canción que mezclaba elementos líricos, rap y para la que había que tener una muy buena condición física y vocal para defenderla. NEMO, como muchos otros intérpretes que se presentan a este concurso, aparecía como artista emergente y antes de The Code había grabado algunos singles muy prometedores y pensaba tomar su tiempo para hacer un álbum debut del que sentirse orgulloso. ARTHOUSE ya está en la calle, un año después de su triunfo en Eurovision y es un álbum que se siente como una galería interior. NEMO no entrega una simple colección de canciones, sino un conjunto de cuadros emocionales que, juntos, forman un autorretrato complejo. Cada tema abre una puerta a una sala distinta, y en cada una se muestra una faceta del artista: la búsqueda de identidad, la tensión entre la libertad y la necesidad de pertenecer, el peso de la exposición pública y el alivio de aceptarse tal como se es. La narrativa del disco avanza como un viaje interior. Empieza desde la duda y la introspección, atraviesa momentos de euforia y autoafirmación, y termina en una reconciliación serena. Es una obra sobre el proceso de encontrarse y, a la vez, sobre cómo el arte puede servir para hacerlo. Nemo transforma su experiencia en estética: convierte la rareza, la ambigüedad y la sensibilidad en materia expresiva. El título ARTHOUSE refleja precisamente eso: la idea de que ser diferente no es un obstáculo, sino una forma de belleza. Musicalmente, el álbum se mueve con libertad entre estilos. Hay pop teatral y exuberante, con ecos de musical contemporáneo; hay electro-pop sofisticado, momentos de pop alternativo y art-pop donde las estructuras se retuercen y sorprenden; también aparecen pasajes de R&B melódico y baladas introspectivas, junto a destellos de funk y glam-rock. Esa variedad no suena dispersa, sino orgánica: cada sonido sirve a la emoción del momento. Nemo demuestra una versatilidad vocal fuera de lo común. Su voz puede ser íntima o desbordante, delicada o explosiva, y siempre mantiene una expresividad clara. Esa capacidad de moverse entre registros y de convertir cada canción en una pequeña actuación lo emparenta, sin duda, con artistas como Mika, con quien comparte el gusto por el color, la teatralidad y la mezcla de pop luminoso con sentimientos profundos. Ambos transforman la vulnerabilidad en espectáculo y el espectáculo en un acto de sinceridad. Al mismo tiempo, en Nemo hay algo del magnetismo vocal y la fuerza escénica de Freddie Mercury, aunque con una sensibilidad más actual y una visión menos grandilocuente, más íntima y emocional. El resultado es un disco de pop camaleónico y profundamente humano. ARTHOUSE no busca encajar en un molde, sino crear el suyo propio: una obra donde la autenticidad se celebra y donde cada contradicción encuentra su lugar. Es, en definitiva, la historia de alguien que hace de su identidad un lenguaje artístico, y que convierte su voz —como Mika o Mercury en su momento— en el instrumento más libre y expresivo de todos. La crítica no lo ha valorado. Por nuestra parte, no podemos darle menos de un 80 sobre 100. Y tenemos la seguridad de que NEMO pasará a formar parte del lado bueno de los ganadores de Eurovisión, el de Damiano David y Salvador Sobral.  



MEJORES MOMENTOS: Eurostar, The Code, Casanova, Unexplainable, Front Door, Ride My Baby, God's A Raver...

MEDIA CRÍTICA:---

NUESTRA VALORACIÓN: 80/100

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