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domingo, 9 de noviembre de 2025

ROSALÍA O LA ALFABETIZACIÓN CULTURAL LÍQUIDA.



Hay algo profundamente revelador en el fenómeno LUX: que un álbum denso, casi místico, centrado en la vida de las santas y revestido de sonoridades clásicas y líricas, haya conquistado al público masivo español. Un público que, siendo honestos, no se caracteriza precisamente por su curiosidad musical, ni por su espíritu de exploración estética. Ese público gris, domesticado por las playlists de “Novedades Viernes” y adicto a la escucha pasiva, ha recibido con entusiasmo un disco que, en teoría, debería incomodarlo o desconcertarlo. 

La paradoja es fascinante: LUX no suena a lo que se espera de un éxito de masas. Tiene piezas como Berghain, donde ROSALÍA juega con la textura del canto lírico, con armonías que remiten más a lo sacro que al pop. Y, sin embargo, el álbum ha logrado el mayor debut en streaming (42,3 M) para un disco mayoritariamente en español —Juega con 13 idiomas— y de una artista femenina, superando el récord que tenía Karol G. Y para quienes aseguran que ya no se vende el formato físico, basta decir que ha agotado existencias de CDs y Vinilos en El Corte Inglés, la Fnac y ha colapsado preventas en Amazon. Es decir, el público ha respondido de manera fervorosa ante una propuesta que, sobre el papel, requeriría cierto bagaje musical. 

Lo que esto revela no es tanto una súbita sofisticación del oyente medio, sino un cambio en la forma en que se construye el gusto. Ya no se trata de conocimiento ni de educación estética, sino de reflejos sociales y afectivos. ROSALÍA funciona como un dispositivo de legitimación cultural: su carisma, su estética y su aura casi religiosa convierten lo difícil en deseable, lo culto en pop, lo experimental en mainstream. 

Podría decirse que está ejecutando una alfabetización cultural líquida. No enseña al público a distinguir a Wagner de su propio eco, pero logra que Wagner —o al menos su sombra— entre por la puerta grande del imaginario popular. Su figura sintetiza la alta y la baja cultura, lo sagrado y lo profano, y en ese proceso consigue algo insólito: que la masa descubra, sin proponérselo, un atisbo de complejidad.


Frente a los argumentos manipuladores de quienes dicen que “la gente compra LUX solo porque es de ROSALÍA ”, conviene recordar algo esencial: un artista anónimo nunca podría hacer este disco. Ni tendría los recursos, ni la libertad creativa, ni la autoridad simbólica para levantar una obra de tal ambición conceptual y estética. LUX solo puede existir porque existe ROSALÍA. Y, si parte del público se acerca a él solo por su nombre, eso no invalida el fenómeno: lo refuerza.

LUX también va contracorriente en otro sentido: es una obra completa, con cuatro movimientos, un arco narrativo y cohesión sonora. No es una colección de singles intercambiables; cada canción existe por un motivo concreto y forma parte de un puzle que culmina con Magnolias. Respetar hoy día el concepto de álbum como se hacía en el pasado es, de hecho, casi un acto vanguardista.

LUX tiene una producción muy costosa. Probablemente diez veces más cara del presupuesto de cualquier álbum de un artista español destacado sin proyección internacional. Ha contado con unas veintisiete personas en producción e ingeniería entre las que destacan Pharrell Williams, El Guincho y Caroline Shaw que es una eminencia en música clásica. En el apartado compositivo encontramos a treinta y una personas entre co-autores y arreglistas entre los que destacan Kyle Gordon, Carminho o Tobias Jesso Jr y entre las colaboraciones tenemos a Estrella Morente, Silvia Pérez Cruz, Yahritza y Su Esencia, Carminho, Yves Tumor y Björk. Por muy difícil que sea de entender, gracias a LUX, una generación que desconocía a Björk la ha descubierto ahora. Esto refuerza la importancia cultural de la aportación de ROSALÍA al público español.

La crítica está con LUX. Su amalgama de idiomas y su caos controlado ha convencido con una media de 93 sobre 100 con publicaciones como MusicOHM, NME, Rolling Stone, The Guardian, The Independent o Dork otorgándole el 100/100; Consequence of Sound 91/100; Clash y Earlmilk 90/100; Pitchfork 86/100; Northern Transmissions 85/100; Exclaim!, Slant Magazine y The Irish Times 80/100.

ROSALÍA, en LUX, no solo homenajea a las santas. Se convierte en una de ellas. Una santa de lo contemporáneo, que salva al público masivo de su mal gusto no a través del sermón, sino del deseo. En tiempos en que la cultura se consume por inercia, ella ofrece algo más parecido a una revelación: la posibilidad de que el arte todavía pueda elevar, incluso a quienes no saben por qué lo necesitan. Nuestra valoración es un 95 sobre 100



MEJORES MOMENTOS: Berghain, La Perla, Reliquia, Dios Es Un Stalker, Sauvignon Blanc, De Madrugá. Magnolias...

MEDIA CRÍTICA: 93/100

NUESTRA VALORACIÓN: 95/100

viernes, 7 de noviembre de 2025

ÁLBUMES REPESCADOS: NEWTON FAULKNER, PULP, ZARA LARSSON, ROBERT PLANT, MARCUS KING, PERRIE, KRISTINA TRAIN, NEKO CASE, BIG THIEF, KING PRINCESS y TAYLOR SWIFT

 


Nos quedan menos de dos semanas para cerrar el año y dar paso a nuestra lista de los mejores álbumes del 2025. El mes de Noviembre es un mes intenso para nosotros porque tenemos que asegurarnos de que hemos cumplido nuestra programación y hemos reseñado todos los discos que van a aparecer en la lista. A continuación uno de esos posts de álbumes repescados que nos ayudan a aligerar esta carga y en el que posiblemente encontraréis algunos de esos discos que también aparecerán entre los mejores. No será el único de este mes. Es posible que se publiquen dos más en los próximos días. 


NEWTON FAULKNER - OCTOPUS


A estas alturas de su carrera, pocos esperaban que NEWTON FAULKNER sorprendiera. Desde aquel debut con Hand Built by Robots (2007), que lo situó como un virtuoso de la guitarra acústica con un toque amable y algo hippie, su trayectoria ha transcurrido sin grandes sobresaltos ni el reconocimiento que merecía. Los medios lo aplaudieron tímidamente al principio, pero pronto dejaron de prestarle atención. Durante años siguió publicando discos con discreción, fiel a sí mismo, pero cada vez más lejos del foco. Por eso OCTOPUS resulta tan llamativo. No solo porque muestra una clara voluntad de renovación, sino porque parece el álbum de un artista que ha decidido romper su propia rutina. La transformación no es únicamente sonora: Faulkner también ha cambiado su imagen, despidiéndose de las rastas que lo acompañaron durante casi dos décadas. Es un gesto simbólico que encaja con la sensación general del disco: la de un músico que se ha atrevido a empezar de nuevo. La apertura con Alright, Alright, Alright lo deja claro desde el primer segundo. En colaboración con Bloom Twin, la canción introduce un sonido más moderno, con bases rítmicas potentes y un tratamiento vocal que apenas permite reconocer al Faulkner de siempre. Es una declaración de intenciones, la puerta de entrada a un trabajo en el que cada tema explora un matiz distinto, sin perder la calidez que siempre ha caracterizado su música. A lo largo del disco, su inseparable guitarra acústica reaparece, pero integrada en un contexto más rico y contemporáneo, como en What Took You So Long, donde recupera su esencia sin caer en el autoplagio. El álbum incluye además colaboraciones con Lissie & Los Bitchos, un acierto que amplía su paleta sonora y confirma que Faulkner ha dejado atrás el aislamiento estilístico que a veces lo limitaba. La producción, más detallada y expansiva que en sus trabajos anteriores, resalta esa apertura: hay capas, texturas. Todo suena más vivo, más atrevido, sin abandonar el sentido melódico que siempre ha sido su mayor virtud. Resulta irónico que OCTOPUS, probablemente su trabajo más sólido y coherente en años, haya pasado casi desapercibido para la mayoría de los medios. Solo Clash le ha dedicado atención significativa, otorgándole un 80 sobre 100, la nota más alta de toda su carrera. Quizás eso diga más del sistema de la crítica musical actual que del propio Faulkner. Porque este disco, sin ser perfecto, demuestra que todavía tiene mucho que decir, y que su búsqueda de identidad sigue siendo honesta y genuina. En un panorama saturado de fórmulas rápidas y reinvenciones calculadas, OCTOPUS se siente como un acto de madurez y resistencia. No cambiará su estatus ni lo devolverá a las listas, pero deja claro que la constancia también puede tener recompensa. Faulkner ha conseguido lo más difícil: reinventarse sin perder el alma. El problema es que probablemente a casi nadie le importe. Pocos lo valorarán y quizás, si la indiferencia persiste, llegue un momento en que decida rendirse. Tal vez este cambio habría sido más efectivo en su tercer álbum, cuando todavía había curiosidad por su figura y los medios lo miraban con cierta atención. Hoy, dieciocho años después, su base de fans se ha reducido y el silencio mediático impide que las nuevas generaciones descubran a un artista que aún tiene mucho que ofrecer. En un panorama musical dominado por fórmulas pop predecibles, OCTOPUS destaca por su autenticidad y riesgo creativo. Mientras que algunos de los últimos trabajos de artistas de masas —Léase Ed Sheeran, por ejemplo— recurren a estructuras previsibles y producciones extremadamente seguras, Faulkner se permite explorar texturas, colaboraciones y matices que hacen que su disco resulte fresco y honesto. Es un recordatorio de que la constancia y la búsqueda de identidad artística pueden producir música mucho más interesante que la que simplemente persigue el éxito inmediato. Nuestra nota para OCTOPUS es de 85 sobre 100. Esperamos que este pequeño granito de arena que es nuestra reseña contribuya a que alguien lo redescubra.



MEJORES MOMENTOS: Alright Alright Alright, What Took You So Long, Hauting Season, Gravitational

MEDIA CRÍTICA: 80/100

NUESTRA VALORACIÓN: 85/100

PULP - MORE


Parece que el tiempo está poniendo en su sitio a bandas del britpop de los noventa que fueron eclipsadas en su día por el ruido mediático de Blur y Oasis. Ha pasado con Suede y también está pasando con el gran regreso de PULP con MORE veinticuatro años después de su último trabajo publicado We Love Life (2001). MORE se convirtió en un disco muy esperado. Su calidad fue reconocida con una nominación al Mercury Prize, aunque finalmente el galardón fue para People Watching (2025) de Sam Fender. Aunque PULP ya lo consiguió con Different Class (1996) y es interesante remontarse a ese álbum porque ha pasado media vida para Jarvis Cocker y su banda. —el bajista Steve Mackey nos dejó en 2023 y MORE está dedicado a su memoria—. Por eso es un álbum que se concibe como una obra de madurez que retoma los rasgos esenciales de la banda —la ironía social, el deseo, la melancolía urbana—, pero filtrados por la perspectiva del tiempo y la experiencia. No es un regreso que intente revivir el britpop en su versión noventera, sino una exploración de lo que ocurre cuando ese impulso vital se vuelve reflexión, cuando la exaltación juvenil deja paso a la conciencia del paso de los años y a la memoria. Las narrativas del disco giran en torno a esa tensión: el deseo sigue ahí, pero ya no es un motor hedonista, sino un recordatorio de que la pasión y la conexión humana son las únicas defensas contra la apatía. Jarvis Cocker escribe desde un lugar más introspectivo, donde el humor sigue funcionando como crítica social, pero también como autocrítica; sus letras están llenas de observaciones sobre el envejecimiento, la pérdida, la rutina y la persistencia del asombro cotidiano. En lugar de la efervescencia y el cinismo típicos del britpop de los noventa, aquí hay una sensibilidad más contenida, incluso cálida. PULP mantiene su capacidad narrativa, pero ahora las historias parecen contadas desde la distancia: personajes que se miran en el espejo de su juventud, ciudades que han cambiado tanto como ellos, una sensación de haber sobrevivido a su propio mito. Esa distancia temporal se convierte en parte del discurso: el álbum funciona como una conversación entre el pasado y el presente, entre lo que fueron y lo que todavía pueden ser. Esa misma idea se refleja en la evolución sonora. MORE conserva algunos de los elementos característicos de PULP —el ritmo elegante, la voz teatral de Cocker, la mezcla de pop y decadencia—, pero la producción introduce texturas más amplias y cinematográficas. Las guitarras y teclados de antaño ceden espacio a arreglos de cuerdas, capas electrónicas suaves y una paleta de sonidos más orgánica, menos impulsiva. El resultado es un disco que suena grande sin ser grandilocuente, íntimo pero no minimalista. Hay un trabajo de orquestación que amplía el espectro emocional: el grupo se mueve entre el pop sofisticado, la balada crepuscular y algunos pasajes con cierto pulso disco, aunque siempre desde una contención elegante. Lo que PULP aporta al britpop con este disco es, precisamente, esa noción de continuidad madura. Mientras muchas bandas de su generación se han limitado a revisitar fórmulas pasadas, ellos reformulan el lenguaje del género para hablar desde la edad adulta, incorporando matices de vulnerabilidad, aceptación y memoria. MORE demuestra que el britpop puede evolucionar sin traicionar su identidad: que aún puede ser vehículo de observación social, deseo y belleza cotidiana, pero con una voz más templada y una producción que no busca imitar el pasado, sino expandirlo. En ese sentido, el álbum no solo celebra la historia de PULP, sino que actualiza la del propio britpop, convirtiéndolo en un espacio posible para la madurez emocional y artística. La crítica ha valorado este trabajo muy positivamente, obteniendo una media de 83 sobre 100. Medios como The Arts Desk, Spill Magazine y Dork le otorgan la puntuación perfecta que es el 100/100. Pero la cosa no queda ahí: Uncut, Far Out Magazine, Still Listening, Clash, The Line Of Best Fit. AllMusic y MusicOHM 90/100. Eso en cuanto a las valoraciones más altas porque es un álbum que ha tenido muchísima atención mediática, se han redactado unas treinta y tres reseñas de MORE en medios importantes y claro, también ha obtenido notas bajas: como el 50/100 de PopMatters y el 40/100 de The Irish Times. Nosotros consideramos que MORE es un buen disco. Pero no es tan redondo como se está diciendo. No todas las piezas terminan encajando con la misma fuerza. Hay pasajes donde el álbum parece instalarse en una cierta comodidad: el tono melancólico y reflexivo que le da cohesión también le resta contraste y riesgo. No hay un corte que desgarre o sorprenda como en su etapa clásica, y eso hace que, aunque el conjunto sea agradable y honesto, no se perciba del todo “redondo” y consideremos que posee algunos altibajos. Aunque creemos que lo que más se ha valorado por parte de la crítica es que se trata de una banda que elige envejecer con dignidad, sin disfrazarse de lo que fue, y que intenta darle una forma sonora coherente a la madurez. En ese sentido, incluso con esos altibajos, es un disco necesario dentro de su trayectoria. Nuestra nota es un 85 sobre 100.   



MEJORES MOMENTOS: Spike Island, Tine, Grown Ups, Got To Have Love, Slow Jam

MEDIA CRÍTICA: 83/100

NUESTRA VALORACIÓN: 85/100

ZARA LARSSON - MIDNIGHT SUN


Y el reconocimiento de la crítica esta vez es para... ZARA LARSSON! Sí, MIDNIGHT SUN ha sorprendido a propios y extraños consiguiendo la media crítica más alta para un álbum de la artista sueca que a pesar de tener en su haber hits importantes como Lush Life o Never Forget You, no tenía un álbum icónico en su discografía por el que ser recordada y parece ser que por fin ya lo tiene con MIDNIGHT SUN si tenemos en cuenta el gran entusiasmo de la crítica, especialmente en Metacritic que aparece con un hinchadísimo 89/100 basado tan solo en cuatro reseñas. aunque nosotros preferimos la media más equilibrada y realista de Albumoftheyear.org, que con siete críticas sitúa el disco en un 80 sobre 100, con valoraciones de 90/100 por parte de DIY o AllMusic; 80/100 de Rolling Stone, God In The Tv y Dork. Puede que la nota que haya bajado esta media con respecto a la de Metacritic sea el 55/100 de Spectrum Culture que Metacritic no recoge. Aún así, MIDNIGHT SUN sigue teniendo la media más alta de la discografía de Larsson. Porque en la misma página se puede comprobar que el resto de su obra apenas llega al 70/100. Nuestra duda es si este álbum realmente merece esta atención o se ha dado un fenómeno parecido al ocurrido con Sophie Ellis Bextor —salvando las distancias—, porque Ellis-Bextor nos parece mucho más interesante que cualquier diva del pop sueco con sonido eurovisivo. Pero la realidad es que ZARA LARSSON ha sido una artista solvente que ha cumplido sus objetivos con precisión a lo largo de su carrera y nunca se le ha reconocido lo suficiente. Es cierto que MIDNIGHT SUN es su mejor trabajo hasta la fecha y si se compara con todo lo que ella ha hecho antes, es un disco sólido y sorprendentemente cohesionado, incluso cuando su temática gira en torno a la ligereza del verano sueco. Cada canción, aunque aparentemente insustancial, está cuidadosamente construida para transmitir una atmósfera concreta: la sensación de luz, libertad y juventud que caracteriza esos meses. Lo notable es que Larsson logra crear una narrativa implícita: el disco se percibe como un día entero que avanza desde el amanecer hasta el atardecer, con canciones que funcionan como momentos de esa jornada. No hay necesidad de letras profundas o drama; la coherencia reside en la energía, el tono y la sensación emocional que atraviesan todo el álbum. En definitiva, MIDNIGHT SUN demuestra que un pop ligero puede ser articulado, disfrutable y narrativamente satisfactorio, aun sin recurrir a grandes temas universales. El problema es que tenemos la sensación de que se ha pasado de un extremo a otro: de infravalorar a sobrevalorar, de la invisibilidad a la exaltación. Lo que antes se ignoraba ahora se celebra con fervor, y aunque MIDNIGHT SUN es su mejor disco, la intensidad del reconocimiento hace que uno se pregunte si la crítica está evaluando la música o simplemente el peso de la carrera que Larsson llevaba acumulada. Nosotros nos hemos dado cuenta de que MIDNIGHT SUN aguanta muy bien una valoración individual. Comparándolo con todo lo que había hecho antes Larsson, nos sale un 85 sobre 100. Pero cuando llegue el momento de hacer nuestra lista de los mejores álbumes del año, al compararlo con discos más sofisticados de pop experimental o de otros géneros, tendrá pocas posibilidades de entrar en ella, pese a nuestra nota que refleja su solidez dentro del contexto de la obra de Larsson y vaticinamos que va a ocurrir exactamente lo mismo en otras listas de otros medios más importantes que nosotros. 


MEJORES MOMENTOS: Midnight Sun, Blue Moon, Crush, Girl's Girl, Pretty Ugly

MEDIA CRÍTICA: 80/100 Albumoftheyear.org; 89/100 Metacritic

NUESTRA VALORACIÓN: 85/100

ROBERT PLANT - SAVING GRACE


SAVING GRACE no es solamente el título de este álbum: es también el nombre de la banda formada por Robert Plant (voz principal), Suzi Dian (voz y teclados), Tony Kelsey (guitarras, mandolina), Matt Worley (banjo, guitarra barítono, cuatro, voz) y Oli Jefferson (percusión). Creada hacia 2019, Plant la ha presentado como un proyecto paralelo a sus colaboraciones con Alison Krauss o The Sensational Space Shifters. Oficialmente se acredita como Robert Plant with Saving Grace featuring Suzi Dian, porque Dian tiene un rol destacado en las voces; de ahí que también aparezca su nombre en la portada, aunque en tipografía más pequeña. Lo que hace Plant en esta nueva formación guarda una relación directa con sus dos colaboraciones junto a Alison Krauss: Raising Sand (2007) y Raise the Roof (2021). En esos discos se seleccionó un repertorio mayormente de versiones de canciones de otros autores o material tradicional, reinterpretadas en su estilo. En SAVING GRACE se da una dinámica muy similar: versiones, reinterpretaciones, exploración de raíces folk, blues, gospel y tradicional, con una nueva voz femenina que dialoga con Plant. Como ocurría en los discos con Krauss, Robert Plant cuida mucho la elección del repertorio: se trata de canciones ajenas pero poco transitadas, de artistas que el gran público no suele conocer, y que finalmente se acaban recibiendo como material propio. En esta ocasión encontramos temas de Moby Grape, Low, Martha Scanlan, Sarah Siskind, Blind Willie Johnson, Donovan, Christy Moore, The Low Anthem, The Carter Family o piezas tradicionales; todos elegidos por su atmósfera y su letra, no por su fama. El tratamiento sonoro —raíces folk-blues, armonías místicas, texturas acústicas— los recontextualiza totalmente. La química vocal entre Plant y Suzi Dian cumple el mismo papel que Krauss antes: una segunda voz que aporta contrapunto, dulzura y un aire de diálogo antiguo, casi espiritual. Por eso, si alguien escucha el disco sin leer los créditos, puede sentir que es un álbum de material inédito. Pero en realidad es una relectura personalísima de repertorio ajeno, tan coherente que borra la frontera entre “cover” y “canción nueva”. La presencia de Suzi Dian es todo un acierto. Que alguien como Plant —proveniente del rock y de un entorno históricamente masculino— le dé espacio y protagonismo es un gesto de madurez y apertura. Está claro que este álbum no sería lo mismo sin ella, y eso lo sabemos todos. La crítica internacional le otorga una media de 86 sobre 100. La nota más alta proviene de The Arts Desk 100/100; Uncut y XS Noize le dan 90/100; Spectrum Culture 85/100; y AllMusic, MusicOHM, PopMatters, Clash, Mojo, Record Collector o Far Out Magazine 80/100. Por nuestra parte lo tenemos muy claro: podemos escuchar todo tipo de música, pero llega un momento en el que siempre volvemos a discos como este, que son un auténtico must y una inversión segura, porque sabes que son para toda la vida. En tiempos de ruido y vértigo, Robert Plant vuelve a recordarnos que la verdadera grandeza está en el silencio entre las notas. SAVING GRACE es un refugio, un espacio donde uno puede volver a creer en la música. Nuestra valoración es un 90 sobre 100.        


MEJORES MOMENTOS: Chevrolet, It's A Beautiful Day Today, Everybody's song, Gospel Plough

MEDIA CRÍTICA: 86/100

NUESTRA VALORACIÓN: 90/100

MARCUS KING - DARLING BLUE


Con Mood Swings (2024), MARCUS KING firmó probablemente el álbum más confesional de su carrera, un trabajo en el que la vulnerabilidad y la salud mental se convirtieron en hilo conductor. Aquel disco, producido por Rick Rubin, marcó un punto de inflexión: un músico joven que venía del blues-rock clásico se atrevía a desnudar su interior sin perder la esencia de su sonido. Un año después, con DARLING BLUE, King no solo continúa ese viaje, sino que lo amplía y lo colorea de nuevos matices. En esta ocasión deja atrás la producción de Rubin para trabajar con Eddie Spear y su banda de directo, grabando en los míticos Capricorn Studios de Macon, Georgia. Y esa decisión se nota: el álbum respira cercanía, calidez y una energía más orgánica. Donde Mood Swings (2024) era introspectivo, casi terapéutico, DARLING BLUE es expansivo, comunitario, un disco que mira hacia las raíces del sur sin encerrarse en la nostalgia. El título no es casual. “Darling Blue” suena a hogar, a carretera, a cielos de Carolina. King canta con el alma, y su voz —rasgada, honesta, inconfundible— vuelve a ser el eje emocional del álbum. Hay momentos de desgarro (Honky Tonk Hell, donde aborda la fragilidad de la sobriedad), pero también de luz y reconciliación (Blue Ridge Mountain Moon, Heartlands). El repertorio se mueve entre el soul y el country, el folk y el R&B, incluso coquetea con el rock psicodélico, y en esa mezcla encontramos el retrato más completo de King hasta la fecha. En cuanto a las letras, continúa explorando los temas que ya asomaban en Mood Swings (2024): la lucha interior, las relaciones tóxicas, la necesidad de perdonarse. Pero aquí no busca la catarsis tanto como la aceptación. Nos da la sensación de que King ya no se mira solo al espejo: ahora levanta la vista y observa el paisaje que lo formó. Y es en esa evolución donde DARLING BLUE cobra su verdadera fuerza. MARCUS KING ha logrado lo que pocos artistas de su generación consiguen: llevar una música profundamente enraizada al gran público sin traicionar su identidad. Su talento guitarrístico, su voz y su manera de narrar desde la emoción lo consolidan como un referente actual del soul-blues y el southern rock. A veces nos preguntamos si en discos como este importa más lo que se cuenta o cómo se cuenta. En DARLING BLUE, la respuesta parece clara: el contenido y la forma van de la mano. King sigue hablando de sus demonios y de sus redenciones, pero lo hace con un lenguaje musical más maduro, más libre, más universal. Nos hace sentir y vibrar, que al final —más allá de la narrativa— es lo que realmente importa. También percibimos a DARLING BLUE como un álbum mucho más abierto a colaboraciones, cosa que no había ocurrido antes. Jamey Johnson, Kaitlin Butts, Jesse Welles, Billy Strings o Noah Cyrus aparecen acreditados. De momento, solamente un medio ha valorado este trabajo, ha sido Mojo y le ha otorgado un 80 sobre 100. En lo que a nosotros respecta estamos un poco confundidos. Hasta el año pasado pensábamos que Mood Swings (2024) era el mejor álbum de su carrera. DARLING BLUE nos hace dudar. Porque está a la altura también de ser el mejor disco de su catálogo, cosa que nos parece bastante complicada cuando ya no se cuenta con un mago como Rubin que sabe sacarle lo mejor a artistas como MARCUS KING. Nos vamos a mojar incluso y vamos a apostar por DARLING BLUE y si al disco del año pasado le dimos un 85/100, creemos que este merecería un 88 sobre 100.   



MEJORES MOMENTOS: Here Today, Honky Tonk Hell, Heartlands, Carolina Honey

MEDIA CRÍTICA: 80/100

NUESTRA VALORACIÓN: 88/100

PERRIE - PERRIE


¿Sabéis por qué si buscáis en el archivo de nuestro blog cualquier cosa sobre Little Mix nunca vais a encontrar absolutamente nada? Porque nunca las consideramos dignas de aparecer en EXQUISITECES nos parecía una girlband vulgar de consumo. Nos alegra mucho que, una vez que se ha desintegrado, sus ex componentes estén sorprendiendo para bien, en general. Ahora por fin es el momento de hablar de ellas. Si hace unos días hablábamos del álbum de Jade Thirlwall, hoy nos toca hablar de PERRIE y su álbum debut homónimo. Obviamente, vamos a hacer odiosas comparaciones entre ellas dos. Ese es el estigma que te queda cuando has pertenecido a una girlband —el último eslabón de la cadena alimenticia musical, junto a las boyband—, que te estén comparando constantemente con tus compañeras o compañeros. Y la verdad es que Jade ha sabido manejar y reescribir mucho mejor los códigos del pop que PERRIE; su disco es sorprendentemente bueno porque nadie daba dos céntimos por él en un principio. Con PERRIE es distinto, suena como una especie de cantante pop dosmilera, algo así como los prometedores inicios de Delta Goodrem, salvando las distancias, porque Goodrem era una excelente pianista y compositora y en el repertorio de PERRIE se atisba muchísimo laboratorio. También nos recuerda en ocasiones a una versión británica de Kelly Clarkson, y que nos lleve a tantos referentes en este caso no sabemos si es bueno o es malo. Porque nos cuesta ahondar en su propia identidad. Algo que Jade si deja ver desde el minuto cero. Aún así tenemos un producto mainstream que, aunque previsiblemente comercial, mantiene coherencia estilística y supera con creces cualquier disco de Little Mix y creemos que de eso se trata. Por eso lo estamos reseñando. En este mismo post hemos hablado de lo mucho que le ha costado a Zara Larsson que la reconozcan; PERRIE acaba de empezar y aunque se trata de un debut sólido en el mainstream y tendrá continuidad si cumple todos los objetivos comerciales, creemos que tendrán que pasar años para que le llegue un reconocimiento parecido al que le ha llegado a Larsson ahora, y nos parece justo. Al igual que nos parecería injusto que no tuviera continuidad si este disco no cumple esos objetivos. Aunque son las reglas del mainstream y si entras en él, debes asumirlas. De momento, la crítica la está mimando bastante con una media de 80 sobre 100 gracias a Clash y The Independent, los dos únicos medios que han valorado su disco numéricamente. El álbum debut de Jade tuvo muchísima más atención mediática y se saldó con una media ligeramente superior (81/100) basada en quince reseñas frente a las dos de PERRIE. Pero no todo es negativo en este álbum. El álbum tiene momentos que muestra claramente su talento. Su voz se mueve con soltura entre baladas y temas más enérgicos. Hay varios hooks que se quedan en la cabeza después de escuchar el disco. Mantiene una coherencia estilística que hace que la escucha sea fluida de principio a fin, y en esos destellos se adivina el potencial de crecimiento de la artista. PERRIE deambula entre el pop, Dance-pop, Synthpop, Pop-Rock y hemos encontrado que hay sitios en los que la están etiquetando como adult contemporary probablemente por las referencias a Delta Goodrem o Celine Dion, que si en su momento de mayor explotación comercial se etiquetaron como artistas pop, hoy día podrían reetiquetarlas perfectamente como adult contemporary y ya hemos explicado otras veces que hay que huir como la pólvora de que te etiqueten en esa categoría. Pero sirve para definir su estilo: un disco que aspira poco más que a un guilty pleasure muy bien hecho. Pero nada más. Nuestra nota es un 76 sobre 100. Aunque por supuesto, reconocemos su talento y estaremos expectantes a su evolución. Porque esto no ha hecho más que empezar.         



MEJORES MOMENTOS: Forget About Us, If He Wanted To He Would, Cute Aggression, You Go Your Way

MEDIA CRÍTICA: 80/100

NUESTRA VALORACIÓN: 76/100

KRISTINA TRAIN - COUNTY LINE


Hay artistas que parecen nacer con todo a su favor: una voz que detiene el tiempo, un sello legendario que los respalda y una crítica que los recibe con los brazos abiertos. KRISTINA TRAIN fue, sin duda, una de ellas. Su debut Spilt Milk (Blue Note, 2009) la situó como heredera natural de un linaje donde el soul y el jazz se encontraban con la elegancia del pop artesanal. Creemos que su discográfica esperaba que Train llegase a tener tanto éxito como Norah Jones y su Come Away With Me (2003), pero no sucedió, a pesar de que Train estaba perfectamente capacitada. Su segundo disco, Dark Black (2012), confirmaba una sensibilidad única, más melancólica y cinematográfica, que prometía una carrera sólida y larga. Pero el destino —y las vicisitudes de la industria musical— fueron menos benevolentes. Problemas de sello, largos silencios discográficos y la falta de un “hit” comercial hicieron que una de las voces más exquisitas de su generación quedara injustamente fuera del foco mediático. Pese a todo, KRISTINA TRAIN no desapareció: siguió escribiendo, grabando y construyendo, a fuego lento, una obra cada vez más personal. Regresó con Rayon City (2021) y, al año siguiente, grabó Body Pressure (2022), que pasaron un poco desapercibidos. Recientemente ha lanzado COUNTY LINE, que no es una revancha, sino una reafirmación: un álbum hecho desde la madurez y la libertad, donde la artista se reconcilia con sus raíces del sur, el soul y la tradición del country americano. Grabado en Los Ángeles y producido por Colin Devlin y Kirk PasichCOUNTY LINE combina canciones originales con versiones cuidadosamente escogidas. Train es la coautora de siete de las once pistas, y completa el repertorio con cuatro reinterpretaciones que dialogan con la historia del country y la canción popular. Estas cuatro versiones son: (Don’t Let The Sun Set On You) Tulsa de Wayne Carson Thompson, popularizada por Waylon Jennings; Just The Other Side Of Nowhere de Kris Kristofferson; Slow Down Old World de Willie Nelson; y, fuera del marco country, Believe de Cher. Creemos que este último es un gran gesto de valentía. Convertir un himno dance de Cher en una balada doliente, desnuda y casi espiritual, es algo que sólo alguien con una voz de esa pureza puede lograr. COUNTY LINE  es, en el fondo, un disco sobre la identidad y la persistencia. Train se mueve con naturalidad entre el soul, el folk y el country, evitando la caricatura “retro” para construir un sonido propio, cálido y atemporal. Las canciones originales suenan confesionales, pero no están edulcoradas: 99 Floors y Heaven In My Hands tienen la elegancia emocional de una autora que sabe dosificar la intensidad; I’d Like To Go Home Now podría haber sido escrita por Carole King si hubiera nacido en Georgia. Pocos discos resumen mejor lo que significa ser artista en tiempos de ruido y algoritmos. COUNTY LINE no busca complacer a las listas, sino encontrar un lugar propio en la frontera entre lo clásico y lo íntimo. Puede que, otra vez, pase desapercibido para el gran público. Pero también puede que, con el tiempo, se le reconozca como lo que realmente es: el testimonio de una cantante brillante que ha decidido seguir su instinto, sin atajos ni artificios, confiando en que la verdad —como la buena música— siempre acaba encontrando su camino. Nosotros no podemos darle menos de un 90 sobre 100, porque siempre hemos sostenido que KRISTINA TRAIN es la representación del buen gusto en la música contemporánea y este nuevo álbum revalida esa afirmación. Como podréis imaginar, ningún agregador de críticas ha recogido valoración alguna de medios importantes para COUNTY LINE, simplemente porque no existen. El álbum se nos podría haber pasado perfectamente: es de un sello independiente un tanto humilde (Blue Élan) y no tiene una maquinaria de marketing detrás. Es artesanal hasta sus últimas consecuencias, y esos son precisamente los álbumes que nos encanta reseñar.   


MEJORES MOMENTOSBelieve, Country Line, What Does That Make Me, 99 Floors

MEDIA CRÍTICA:----

NUESTRA VALORACIÓN: 90/100

NEKO CASE - NEON GREY MIDNIGHT GREEN


Qué alegría da siempre un nuevo disco de NEKO CASE, y más aún cuando, al escucharlo, notas que todo sigue en su sitio y todavía hay margen para seguir creciendo. Eso se aprecia desde la primera escucha de NEON GREY MIDNIGHT GREEN, un proyecto que ella misma ha producido y en el que ha compuesto todas las canciones junto a Paul Rigby. Habían pasado seis años desde Hell-On (2018), un álbum que celebramos especialmente en estas páginas. Aunque nunca perdemos de vista a NEKO CASE —siempre presente cada vez que escuchamos a The New Pornographers— nos hacía especial ilusión este nuevo trabajo. NEON GREY MIDNIGHT GREEN es un disco en el que NEKO CASE mezcla su sensibilidad como cantautora con raíces de alt‑country y un toque de pop de cámara. Las canciones giran en torno a la memoria, la pérdida, la amistad y el paso del tiempo. No es un disco melancólico por sí mismo; más bien es un equilibrio entre mirar atrás y reconocer lo que queda, celebrar lo vivido y conectar con los demás y con el mundo que nos rodea. Hay un cierto aire de introspección, pero también de agradecimiento y aceptación de lo inevitable. Sonoramente, el disco es amplio y rico. Las guitarras, tanto acústicas como eléctricas, mantienen el vínculo con el alt‑country, mientras se mezclan con cuerdas, viento, arpa y otros instrumentos que aportan textura y profundidad a las canciones. La voz de Case sigue siendo el eje central, siempre presente, mientras que la percusión y el bajo marcan el ritmo de manera contenida, dejando que la música fluya. Algunos pasajes son íntimos y cercanos, casi susurrados; otros se abren hacia capas más complejas y orquestales, con un efecto casi cinematográfico. El álbum funciona como un equilibrio entre tradición e innovación. El alt‑country aporta sensación de paisaje y raíces, el pop de cámara amplía las texturas y crea atmósferas, y la perspectiva de cantautora mantiene todo coherente y personal. Es un disco que transmite emoción sin grandilocuencia, combinando lo íntimo con lo expansivo de manera natural. En conjunto, NEON GREY MIDNIGHT GREEN se percibe como un viaje emocional y sonoro: acogedor, reflexivo y a la vez ambicioso, donde la voz y la mirada de NEKO CASE son la brújula que guía cada momento. La crítica le ha otorgado una media de 84 sobre 100, un resultado sólido (la mayoría de sus trabajos superan el 80/100). La distribución de puntuaciones es la siguiente: MusicOHM 90/100; Uncut, Mojo, Record Collector, AllMusic y Pitchfork 80/100 y Paste 75/100. Para nosotros, es un 85 sobre 100, porque, a pesar de que es un gran trabajo, reconocemos que Case sigue en la brecha porque aún tiene muchas historias que contar y mantiene su autonomía, con la ausencia de colaboraciones destacadas. Aun así, consideramos que Hell-On (2018) sigue siendo su mejor trabajo, de largo. Recordemos que las valoraciones son individuales y un 85/100 de alguien como NEKO CASE puede ser superior al 100/100 de otro artista. 



MEJORES MOMENTOS: Wreck, Winchester Mansion Of Sound, Rusty Mountain, 

MEDIA CRÍTICA: 84/100

NUESTRA VALORACIÓN: 85/100

BIG THIEF - DOUBLE INFINITY


Escribir sobre BIG THIEF se ha convertido en un ejercicio de fe y de vértigo. Fe, porque uno sabe de antemano que no habrá decepción; vértigo, porque después de tantos discos impecables —tanto de la banda como de Adrianne Lenker en solitario— cuesta encontrar un nuevo ángulo desde el que hablar de ellos sin repetirse. Dragon New Warm Mountain I Believe in You (2022) era una suerte de cumbre pastoral, un mapa de todo lo que podía ser el folk contemporáneo si se le dejaba respirar y mutar libremente. Double Infinity, en cambio, se mueve en otra dirección: no busca amplitud, sino densidad. Es un disco que condensa más que expande, que suena como si la banda hubiera decidido mirarse por dentro para descubrir qué queda cuando ya lo han dicho casi todo. En BIG THIEF siempre hay historias que respiran: el pasado, la geografía, el yo/nosotros, el paisaje interior. En DOUBLE INFINITY esas historias se vuelven más diluidas, más aéreas, como si la banda ya no necesitara contarlas, solo habitar su residuo. Si Dragon New Warm Mountain I Believe in You (2022) era una celebración abierta —una especie de comunión campestre donde el folk se desbordaba hacia lo cósmico—, DOUBLE INFINITY se siente como su reflejo posterior, más centrado, más nítido. Donde antes había horizontes y polvo, ahora hay claridad y aire. La luz aquí no deslumbra: acaricia. Es un álbum que suena luminoso sin ser liviano, menos introspectivo en apariencia pero igual de profundo en su respiración. “Incomprehensible”, el tema de apertura, plantea desde el inicio el tono general: una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre esa continuidad que existe más allá de las fechas y los cuerpos. Lenker canta su cumpleaños número 33 no como un dato biográfico, sino como un punto suspendido entre lo efímero y lo eterno. Su voz —transparente, apenas sostenida por un arpegio que parece flotar— recuerda que la intimidad no necesita penumbra; puede ocurrir también bajo un sol franco. Words, por su parte, funciona como un microcosmos del disco. Empieza como un tema de folk-pop amable, casi doméstico, pero pronto se abre hacia un terreno más inquieto, donde las guitarras se distorsionan y la percusión adquiere vida propia. BIG THIEF sigue explorando ese equilibrio entre la canción y la textura, entre lo reconocible y lo que se disuelve. Aquí se siente la presencia del alt-country, del indie rock y del folk psicodélico en proporciones cambiantes, como si el grupo se negara a establecer fronteras estables. El tramo central —de Los Angeles a No Fear— es quizás el más revelador. Los Angeles captura la ternura de reencontrarse con alguien que se conoce demasiado bien: una balada de reencuentro sin dramatismo, donde la sencillez se vuelve el gesto más radical. En All Night All Day la banda juega con una rítmica casi hipnótica, como si el folk tradicional se hubiera fusionado con una pulsación más urbana, más expansiva. Y No Fear, casi siete minutos de tránsito por el ruido y el espacio, se erige como el punto más audaz del álbum: un mantra eléctrico que lleva la espiritualidad implícita de la banda a un territorio casi ambiental. La colaboración con Laraaji en Grandmother confirma ese espíritu abierto y recuerda a aquellas uniones luminosas de finales de los ochenta, cuando Peter Gabriel invitaba a Youssou N’Dour a cantar In Your Eyes en el mítico So (1986) y de ese encuentro surgía algo más grande que una canción: una comunión entre culturas, generaciones y maneras de entender la espiritualidad en la música. Grandmother funciona igual, no como un interludio (que no lo es), sino como una puerta abierta. La cítara y las voces sin palabra de Laraaji convierten la memoria en un estado de gracia. Cierra How Could I Have Known, una despedida que no se siente como el final sino como tránsito. Lenker vuelve al tono de conversación íntima, esa manera suya de convertir lo cotidiano en una especie de revelación. El disco termina sin grandilocuencia, pero deja un eco persistente, como si la banda quisiera recordarnos que seguir haciendo canciones verdaderas también es una forma de resistencia. La crítica ha respondido muy bien ante DOUBLE INFINITY con un resultado global de 84 sobre 100. Medios como Record Collector o The Independent le han otorgado el 100/100 y el resto de las valoraciones van desde el 90/100 de DIY hasta los 80/100 de The Skinny, Rolling Stone y los 79/100 de Beats Per Minute. La única opinión disidente es la de Dusted que destrozan este trabajo con un 40/100. Se sentirán muy cool haciéndolo. Por nuestra parte, admitimos que tenemos nuestras preferencias dentro de la discografía de BIG THIEF y aún no terminamos de ubicar este álbum. Aunque Dragon New Warm Mountain I Believe in You (2022) probablemente sea mejor obra, nos gusta mucho más y hemos conectado mejor de primeras con DOUBLE INFINITY y lo valoramos con un 90 sobre 100.  


MEJORES MOMENTOS: Grandmother, Incomprehensible, Words, Los Angeles, All Night All Day

MEDIA CRÍTICA: 84/100

NUESTRA VALORACIÓN: 90/100

KING PRINCESS - GIRL VIOLENCE


Tenemos que reconocer que la evolución de KING PRINCESS nos ha descolocado un poco. Se puede decir que está en un punto bastante alejado e inesperado de cómo comenzó su andadura en la música con Cheap Queen (2019) y cómo continuó con su segundo disco Hold On Baby (2022). GIRL VIOLENCE, su tercer álbum de estudio, representa un paso adelante en la evolución artística de KING PRINCESS, un disco en el que la artista toma control total de su narrativa y se adentra en territorios más oscuros y arriesgados. La temática del álbum es clara y potente: explora la violencia emocional y relacional desde una perspectiva femenina y queer, cuestionando dinámicas machistas y estructuras de poder que perpetúan la opresión. Las letras combinan introspección y empoderamiento, mostrando a sus protagonistas no como víctimas pasivas, sino como sujetos activos que enfrentan conflictos afectivos y sociales con fuerza y conciencia. La narrativa se extiende desde la frustración y la ira hasta la reflexión y la autoafirmación, abordando relaciones complejas y emociones ambiguas sin caer en la simplificación romántica de sus trabajos anteriores. Musicalmente, GIRL VIOLENCE marca un giro hacia lo alternativo. Las guitarras sucias, la percusión intensa y las atmósferas densas crean un sonido más orgánico y visceral, mientras que la producción de Jake Portrait, Aire Atlantica y la propia Mikaella Straus, utiliza capas de voces y efectos que refuerzan la tensión emocional de las letras. Cada canción funciona como un relato sonoro, con cambios de textura y tonalidad que acompañan la progresión narrativa del álbum. Este enfoque más arriesgado y menos orientado al pop comercial refleja la autenticidad de KING PRINCESS y su voluntad de experimentar, haciendo que el sonido y la temática se complementen para generar un álbum intenso, consciente y profundamente personal, que posiciona a la artista como una voz firme dentro del pop alternativo y el discurso queer y feminista contemporáneo. La crítica ha valorado este trabajo con una media de 76 sobre 100 con las valoraciones de DIY y The Line Of Best Fit 80/100; Paste 77/100; Pitchfork 75/100; Rolling Stone 70/100 y Record Collector 60/100. Tenemos que decir que este giro a lo alternativo le ha costado que este sea el álbum peor valorado por la crítica y parece ser que también ha gustado un poco menos al público. Nosotros podemos entender que los artistas quieran romper con su pasado, especialmente cuando se han sentido presionados por la industria cuando trabajaban en una major y hayan necesitado pasarse a un sello indie para sentirse más libres y que estaban haciendo lo que realmente querían hacer. Valoramos ese riesgo que toman, pero también somos de la opinión de que si algo no está roto, no hace falta arreglarlo y que quizás, si hubiese seguido en la línea de sus dos primeros trabajos y hubiese hecho un tercero rematando y perfeccionando todo lo bueno que había en ellos, probablemente no tendríamos la sensación de que ha pasado de tener una carrera más que prometedora a pasar a estar en un terreno de nadie. Aún así, nos gustan muchas de las canciones de este disco y no podemos darle menos de un 80 sobre 100. Aunque preferimos el tratamiento del tema central de GIRL VIOLENCE en el nuevo disco de Florence Welch

MEJORES MOMENTOS: Rip Kp, Girls, Cry Cry Cry, Slow Down And Shut Up, Alone Again, Girl Violence...

MEDIA CRÍTICA: 76/100

NUESTRA VALORACIÓN: 80/100

TAYLOR SWIFT - THE LIFE OF A SHOWGIRL


Vayamos al grano. Cuando TAYLOR SWIFT hace un buen disco —Folklore (2020), Evermore (2020), Midnights (2022)— aquí lo celebramos. Pero THE LIFE OF A SHOWGIRL no es uno de ellos. Lo supimos desde la primera escucha. Y aunque sabíamos que acabaríamos escribiendo esta reseña, nos hemos tomado nuestro tiempo. No íbamos a detener el mundo para hablar de Taylor, como han hecho tantos otros medios. Este álbum no merece más atención que muchos de los que comentamos cada día. Por mucho que haya roto récords de ventas y streaming, no todo lo que arrasa merece ser aplaudido. Somos un medio independiente, y eso significa marcar nuestros propios tiempos y prioridades. Queríamos que esta reseña fuera diferente, porque TAYLOR SWIFT no necesita otro altavoz que repita lo que ya han dicho Rolling Stone, Billboard o The Irish Times. Internet está lleno de titulares intercambiables escritos en piloto automático. Aquí no vamos a repetir si ha vuelto a usar la misma progresión de acordes que en Red (2012) o 1989 (2014). Ese análisis ya se ha hecho mil veces, casi siempre para justificar un disco flojo. La realidad es que THE LIFE OF A SHOWGIRL marca el fin de una era, pero no con la grandeza que merecía. El desgaste se nota. Swift pensó que romper con Jack Antonoff y volver con Max Martin podría rescatar un puñado de canciones mediocres, pero ni siquiera Martin, que también llega agotado, ha conseguido levantar el material. El resultado es su disco más débil en años: un cierre irregular, sin el brillo narrativo ni la frescura que antes la definían. Pero esta reseña va más allá del disco. THE LIFE OF A SHOWGIRL parece el inicio de una mutación en el fenómeno TAYLOR SWIFT, una transición hacia algo distinto, quizá más doméstico, más asentado, más… previsible. Y ahí está el problema. Por mucho que se presente como moderna, feminista y demócrata, su imagen pública sigue anclada en arquetipos conservadores: la chica buena, la novia fiel, la víctima romántica... Su posible matrimonio y la adopción de una vida “doméstica” podrían chocar con el relato de empoderamiento y libertad que tantas seguidoras jóvenes proyectan en ella. Un eventual disco sobre la maternidad, contado con su estilo intensísimo y emocionalmente hiperdetallado, puede resultar ajeno para gran parte de su público —millennials sin hijos, Gen Z, personas queer o jóvenes feministas— que podrían sentir esa etapa como un bajón creativo, no por la maternidad en sí, sino por el relato que la acompañe. Si cae, aunque sea sin querer, en el personaje de la trad wife perfecta, corre el riesgo de alejar a quienes la veían como símbolo de independencia, resiliencia y reinvención. Y sí, tal vez este análisis no sea del todo justo. Quizás no lo haríamos con otras artistas. Pero ninguna otra ha hecho de su vida privada el hilo conductor de toda su carrera. Taylor ha pasado los últimos años regrabando su pasado, reescribiendo su historia y recuperando el control. Ahora que lo ha conseguido todo… ¿qué más queda por contar? ¿Cómo seguir siendo interesante cuando ya has cerrado todos los círculos? El fenómeno TAYLOR SWIFT, aunque gigantesco, no es eterno. Sus próximas decisiones personales podrían marcar un punto de inflexión decisivo. Algunos ya se frotan las manos esperando la siguiente fase: la del divorcio. Porque, seamos honestos, el resurgir después del dolor, vende. Y ahí Taylor es experta. Si después del matrimonio y la maternidad llega una crisis —pública o no—, habrá una nueva narrativa de liberación, un disco más oscuro o más cínico, y una posible reconexión con quienes se hayan alejado en esta etapa “perfecta”. Por ahora, creemos que esta nueva vida que se avecina es incompatible con el ritmo frenético de editar un disco por año. Sus fans, que son como auténticas pirañas sedientas de más y más material de su artista favorita, tendrán que esperar y conformarse y eso será bueno también para la industria porque Swift estaba marcando los tiempos a la propia industria y a otras artistas como Sabrina Carpenter que también se habían subido a ese carro que ya no se sostiene. Es bueno que se calmen y no saturen el mercado con discos tan innecesarios como THE LIFE OF A SHOWGIRL. En cuanto a la crítica, el panorama no sorprende. Ya no se distingue cuándo un texto es reseña y cuándo es publicidad. Que Rolling Stone le haya dado un 100/100 no solo resulta risible, sino que erosiona su credibilidad. Por suerte, no todos han pasado por el aro: Exclaim!, The Guardian, Northern Transmissions y The Needle Drop rondan los 40/100; Still Listening se queda en 35/100; y Evening Standard baja hasta 20/100. La media global: 60 sobre 100, según Albumoftheyear.org. Y un último apunte: si es cierto que Actually Romantic va dedicada a Charli XCX, como apuntan algunos fans, no solo demuestra ninguna sororidad, sino también muy poca clase. Swift siempre ha sabido jugar con los beefs personales, pero hacerlo con otra mujer mientras presume de feminista chirría más que nunca y en este caso recurre a ese juego porque está felizmente comprometida y no procede hablar de ningún ex esta vez. En definitiva, THE LIFE OF A SHOWGIRL es un final de etapa sin brillo, un cierre que evidencia el agotamiento de una artista que necesita reinventarse de verdad, no solo volver a viejos trucos. La historia de TAYLOR SWIFT sigue, por supuesto, pero este capítulo merecía un mejor desenlace. Nuestra nota es un 50 sobre 100 Y esperando ansiosamente el siguiente acto de este culebrón para ver si hemos acertado con nuestros vaticinios.  


MEJORES MOMENTOS: Para sus fans, todos... 

MEDIA CRÍTICA: 60/100

NUESTRA VALORACIÓN: 50/100


jueves, 6 de noviembre de 2025

LOLA KIRKE ENCUENTRA SU SITIO.


Lo mejor que se puede hacer con TRAILBLAZER es escucharlo y no perderse demasiado en los datos biográficos de LOLA KIRKE. Porque pueden jugar en su contra. LOLA KIRKE despierta una recepción ambivalente como cantante debido a su doble identidad artística y a su origen familiar. Aunque proviene de un entorno muy bien relacionado con la música y otras artes —su padre fue batería de Bad Company—, y es conocida principalmente como actriz, ha buscado consolidarse como artista de country-americana con un enfoque serio y coherente. Esa condición de “actriz que canta” hace que parte del público y de la crítica la mire con cierta distancia, cuestionando su autenticidad o su compromiso con la música. Sin embargo, discos como Heart Head West (2018), Lady for Sale (2022) y TRAILBLAZER muestran evolución y un esfuerzo real por construir una voz propia dentro del género. Las reseñas especializadas la tratan cada vez más como cantautora, valorando su narrativa y su estilo personal. Aunque la etiqueta de “nepo baby” y su pasado actoral le pesan, su trabajo constante y su honestidad artística van desplazando esa percepción inicial hacia una figura más sólida y respetada dentro de la escena americana. En este álbum, Kirke está muy bien acompañada por el productor Daniel Tashian responsable de algunos de los mejores trabajos de Kacy Musgraves o Mindy Smith. Kirke co-escribe con él seis de las diez canciones de la edicion estándar —Existe una edición Deluxe publicada seis meses después con cuatro temas adicionales— 



Aunque la presencia de Daniel Tashian podía hacer temer una “contaminación” del universo sonoro de Kacey Musgraves o Mindy Smith, en TRAILBLAZER no ocurre eso: Lola Kirke suena a Lola Kirke. Tashian aporta el oído pop y la amplitud armónica que él domina, pero el centro de gravedad emocional y narrativo del disco pertenece claramente a ella. Las canciones no tienen el escapismo melancólico y el dream-country de Golden Hour (2018), ni el folk etéreo de Mindy Smith; en cambio, respiran una ironía urbana, un humor autoconsciente y una crudeza confesional que son muy suyas. Kirke escribe sobre su familia, sobre sentirse desubicada entre Nueva York y Nashville, sobre las inseguridades y el deseo, con una voz narrativa que bascula entre lo cómico y lo trágico sin imposturas. Quizá Tashian le haya ofrecido un entorno técnico donde esas historias pudieran brillar —producción cálida, arreglos luminosos—, pero el tono, la mirada y el tipo de sensibilidad que articula TRAILBLAZER son inequívocamente personales. En ese sentido, el disco demuestra que Kirke ha pasado de ser una actriz que canta a una cantautora con un universo propio, capaz de trabajar con colaboradores de peso sin perder identidad. La crítica le ha otorgado una media de 75 sobre 100 que se distribuye de la siguiente manera: Mojo y Far Out Magazine 80/100 y MusicOHM y The Line Of Best Fit 70/100. Por nuestra parte, tenemos que decir que si algo nos caracteriza es que escuchamos la música sin prejuicios. Muchos otros no le hubieran dado la más mínima oportunidad a TRAILBLAZER —ni a cualquier otro disco de LOLA KIRKE— si se llegan a enterar de que los Kirke son una rama menor de una familia de la nobleza terrateniente de Nottinghamshire y también descienden de los barones Gibson-Craig. Que por otro lado, tampoco nos extraña que las canciones más logradas e interesantes de LOLA KIRKE Marlboro Lights and Madonna, Zeppelin III y Mississippi, My Sister, Elvis & Me— vayan todas sobre su familia. Es cierto que ha iniciado un camino que puede fructificar en el futuro con grandes discos, mientras llegan esos discos, nuestra nota para TRAILBLAZER es de un 85 sobre 100.  



MEJORES MOMENTOS: 241s, Easy On You, Maps, Girl On Fire, Malboro Lights & Madonna, Raised By Wolfes, Zepelin III, Mississippi My Sister Elvis And Me...

MEDIA CRÍTICA: 75/100

NUESTRA VALORACIÓN: 85/100

miércoles, 5 de noviembre de 2025

OCIE ELLIOTT: UNA PEQUEÑA JOYA DEL FOLK CONTEMPORÁNEO.

 


Detrás de OCIE ELLIOTT se esconde el dúo canadiense de indie folk formado por John Middleton y Sierra Lundy.. El nombre de OCIE ELLIOTT surgió de una combinación: Middleton halló el nombre “Ocie Cleve” en un generador de nombres de los años veinte inspirado por la fascinación de Lundy con aquella época, y cambiaron "Cleve" por “Elliott” en referencia al cantautor Elliott Smith. Nosotros no estamos muy seguros de que fuera el mejor nombre para un dúo porque BUNGALOW es su tercer álbum de estudio y su nombre todavía genera cierta confusión. Muchos piensan que OCIE ELLIOTT es como un Damien Rice y que Sierra Lundy es su Lisa Hannigan en la sombre y nada más alejado de la realidad. Aunque ya que los hemos citado, la música de OCIE ELLIOTT está emparentada directamente con Rice, Hannigan y otros dúos con mucha química que se han celebrado mucho en este blog como Lewis & Leight, The Swell Season o la colaboración entre Jesca Hoop y Sam Beam. Todos tienen en común que hablamos de folk acústico íntimo, con armonías cuidadas, guitarras suaves y voces que se entrelazan. Aunque en el caso de OCIE ELLIOTT hay que recordar que son canadienses y los referentes de los que hemos hablado son europeos o americanos. Y aunque hay un extenso debate sobre que los músicos canadienses se adaptan a todos los géneros sin aportar nada idiosincrático, nosotros no estamos de acuerdo. A nosotros nos parece que precisamente esa cualidad “sin acento” de los músicos canadienses es lo que hace interesante a OCIE ELLIOTT. Su sonido no busca una identidad cerrada ni una marca de estilo reconocible a la primera escucha; más bien se construye desde la apertura, desde la capacidad de absorber influencias y devolverlas con una delicadeza que no pertenece a ningún lugar en concreto. Hay en su música algo del paisaje de su país: amplitud, sosiego, una especie de silencio que deja espacio para respirar. No hay dramatismo ni exceso, sino una calma que parece brotar de un entorno donde el invierno enseña a hablar en voz baja. Si los artistas europeos tienden a la sofisticación y los estadounidenses al desgarro emocional, OCIE ELLIOTT representan otra forma de sensibilidad: una emocionalidad contenida, empática, que no necesita imponerse. Esa moderación, tan canadiense, les permite tender puentes entre tradiciones sin perder sinceridad. Quizá ahí esté su idiosincrasia: en hacer de la mezcla una forma de identidad, en sonar familiares sin ser imitativos. Su folk no es el de los grandes paisajes ni el de la nostalgia de raíz; es un folk doméstico, casi artesanal, que encuentra la belleza en lo pequeño. En BUNGALOW, esa identidad canadiense se percibe más depurada que nunca. El disco parece hecho desde la quietud, con una producción que privilegia la cercanía y deja que cada respiración, cada roce de cuerda, tenga su lugar. Es un trabajo que no busca sorprender ni romper moldes, sino acompañar. En esa elección consciente de la mesura hay una madurez artística: OCIE ELLIOTT ya no necesitan probar de qué escuela vienen, porque su música ha encontrado su propio centro. Su manera de grabar y de cantar mantiene ese equilibrio entre lo íntimo y lo universal, entre el refugio y la apertura. Escuchar BUNGALOW es como asomarse a un pequeño universo donde todo está en calma, pero nada está vacío. Esa serenidad, que podría confundirse con neutralidad, es en realidad una toma de posición estética muy clara: la de quienes confían en la sencillez, en la emoción sin artificio. Y tal vez sea esa sensibilidad —discreta, cálida, profundamente humana— la que mejor define lo canadiense en su música.   


A pesar de esa madurez sonora, BUNGALOW ha pasado casi inadvertido en los medios. Sorprende que un trabajo tan coherente y cuidado apenas haya generado reseñas o críticas formales; de hecho, en el agregador de críticas Albumoftheyear.org no hay valoraciones de ningun medio importante. Sin embargo, el público sí ha respondido: varias de sus canciones superan ya el millón de reproducciones. Es un contraste revelador —una música que crece en silencio, sin promoción ruidosa, pero que encuentra su lugar en la escucha íntima de miles de personas. Quizá eso también diga algo de su propuesta: no buscan la exposición, sino la conexión. En cuanto a la producción, BUNGALOW confirma el estilo minimalista que siempre ha caracterizado al dúo. Todo parece grabado con la cercanía de una sesión doméstica: guitarras limpias, percusiones apenas sugeridas, voces que suenan tan próximas que casi se confunden con el ambiente. Esa cercanía técnica refuerza la sensación de complicidad entre ambos, algo que se traslada naturalmente porque John Middleton y Sierra Lundy son pareja también fuera del escenario. Su vínculo personal no se exhibe como argumento comercial, pero se percibe en la forma en que se escuchan, se dan espacio y se sostienen vocalmente. Esa química, más que un gesto romántico, funciona como un principio estético: la intimidad como método de grabación. Por nuestra parte, BUNGALOW merece un 90 sobre 100. No llega al sobresaliente absoluto por una razón muy concreta: la brevedad. Entendemos que la tendencia actual apuesta por discos de ocho o nueve canciones, casi como si los álbumes se hubieran adaptado a los tiempos de la atención corta y el streaming, pero a nosotros nos sigue pareciendo que un largo debería tener al menos diez pistas. Con diez o doce canciones al nivel de las nueve que incluye BUNGALOW, no habríamos dudado en darle el 100/100. Quizá sea una cuestión generacional o de costumbre, pero sentimos que un álbum tan sólido y tan bien construido merecía más recorrido, más tiempo dentro de su propio universo. Porque lo que han hecho OCIE ELLIOTT con BUNGALOW es precisamente eso: construir un pequeño mundo de calma y conexión emocional en medio del ruido. Y aunque el disco se haga corto, deja la sensación de haber estado en un lugar cálido y verdadero, donde todo encaja sin necesidad de grandes gestos. Si ser canadiense significa hacer música así —sutil, íntima, sin artificio—, entonces pocos dúos lo representan con tanta honestidad.



MEJORES MOMENTOS: By The Way y Feeling Fine son sus dos canciones más reproducidas, pero merece la pena escuchar el álbum entero de principio a fin y sin usar el modo aleatorio.

MEDIA CRÍTICA: ----

NUESTRA VALORACIÓN: 90/100

OCIE ELLIOTT estará de gira por España en Diciembre con tres fechas confirmadas: 4 de diciembre en Barcelona (Sala La 2 de Apolo); 5 de diciembre en Valencia (Jerusalem Club); 6 de diciembre en Madrid (Sala Copérnico) 

martes, 4 de noviembre de 2025

HAND HABITS: NEBLINA CÁLIDA.




HAND HABITS es el proyecto musical de Meg Duffy, gutarrista estadounidense con experiencia en sesiones de estudio para War On Drugs, Perfume Genius o Weyes Blood. Recientemente hablamos de elle cuando escribimos la reseña del último trabajo de Matt Berninger. Duffy lleva en activo desde 2017 y BLUE REMINDER es su sexto álbum de estudio con este proyecto musical. Generalmente HAND HABITS mezcla folk, indie rock con toques de Americana, siendo la guitarra un pilar fundamental en su obra. Pero en este caso estamos hablando de BLUE REMINDER y aquí vamos a encontrar elementos de dream pop. Su guitarra íntima sigue siendo protagonista pero además existe cierta expansión en la instrumentación podemos encontrar pianos, flautas e incluso saxo. Y es que quizás tiene una producción más elaborada que en trabajos anteriores. Blake Mills junto a Meg Duffy son los productores principales a los que se le añaden Joseph Lorge. En cuanto a la composición de los temas, todos son de Duffy excepto uno que co-escribe con una de nuestras artistas favoritas: Marina Allen. Meg Duffy es una persona no binarie y obviamente es complicado hablar de las narrativas de este trabajo sin mencionarlo. Aunque las letras de BLUE REMINDER no suelen ser narrativas explícitamente políticas o identitarias, su punto de vista queer permea toda la sensibilidad emocional: el deseo, la ambigüedad, la búsqueda de autenticidad, el amor que no encaja en moldes tradicionales. En álbumes como Fun House (2021)BLUE REMINDER, Duffy escribe desde un espacio en el que la identidad es fluida, y la vulnerabilidad y el afecto se presentan sin género fijo ni papeles definidos. Esa fluidez se nota incluso en la instrumentación: el modo en que combina folk, dream-pop y experimentación refleja esa no-linealidad de identidad. En BLUE REMINDER el amor aparece como tema central, pero no sólo en su forma exaltada o idealizada, sino en su vulnerabilidad, su fragilidad y la consecuencia del cambio. También hay una reflexión sobre el pasado, el presente y los efectos de lo que hemos vivido. Otro ángulo narrativo también sería la transformación personal y el compromiso. 



La crítica para BLUE REMINDER ha sido bastante favorable con un 84 sobre 100 de media que se distribuye de la siguiente manera: PopMatters 90/100; Northern Transmissions 85/100; AllMusic, Paste, The Line Of Best Fit, Far Out Magazine, Uncut y Mojo 80/100; Pichfork 79/100 y Under The Radar 75/100. Por nuestra parte, no merece menos de un 90 sobre 100. Hemos seguido la trayectoria de Meg Duffy y la evolución en este disco es bastante clara, es cierto que normalmente los primeros discos de un artista suelen ser más crudos y viscerales, pero esa es la urgencia emocional de un debutante que lleva años callando y un día le dan la oportunidad de contar cómo se siente en un disco. Duffy ya pasó por esa etapa y está en otra muy distinta de estabilidad, con una producción más ambiciosa y colaborativa que no hace echar de menos esas etapas iniciales que al público les suele resultar mucho más interesantes. Pero el resultado en este álbum es un sonido que envuelve como una neblina cálida, en la que cada instrumento parece respirar junto a la voz. Esta etapa mucho más asentada nos va a traer pequeñas obras maestras en el futuro. Porque BLUE REMINDER es una joya y Meg Duffy alguien a tener en cuenta y no perder de vista. 


MEJORES MOMENTOS: Wheel Of Change, Dead Rat, Bluebird Of Happiness, More Today, Jasmine Blossoms, 

MEDIA CRÍTICA: 84/100

NUESTRA VALORACIÓN: 90/100

lunes, 3 de noviembre de 2025

FLORENCE + THE MACHINE Y LA CAZA DE BRUJAS.

 


Un álbum de FLORENCE + THE MACHINE siempre es un acontecimiento y EVERYBODY SCREAM es su sexto álbum de estudio y se puede decir que sonoramente continúa en la senda que inició con su álbum anterior Dance Fever (2022). Pero todo parece indicar que EVERYBODY SCREAM podría terminar siendo el álbum mejor valorado de su carrera, a tenor de las valoraciones recibidas por los medios hasta el momento. Según albumoftheyear.org obtendría una media de 83 sobre 100 superando a Dance Fever (2022), que era su álbum de mayor puntuación hasta el viernes, en dos puntos. Y es muy probable que si lo escucháis no encontréis demasiados avances en el sonido del álbum y entonces os pregutéis que es lo que le ha llevado a los medios puntuarlo con notas como los 100/100 que le ha otorgado NME, The Telegraph o Evening Standard, el 90/100 de Far Out Magazine o los 80/100 de The Guardian, The Independent, The Arts Desk o Louder Than War. Siendo Mojo el único medio disidente con un 60/100. Nosotros no podemos hablar por ellos ni por los criterios que les han llevado a dar estas valoraciones, pero si que podemos hablar por nosotros. El plato fuerte de EVERYBODY SCREAM son sus narrativas y es aquí donde Welch da un paso de gigante. Si la inspiración medieval ya estaba presente en Dance Fever (2022), con EVERYBODY SCREAM consigue construir un entramado feminista en el que disecciona los orígenes de la violencia machista. Pero que nadie se asuste. EVERYBODY SCREAM no es ningún panfleto. Es un álbum sólido con unos pilares sólidos sustentados en verdades como puños. El discurso de Florence Welch en una genealogía real de violencia estructural contra las mujeres, y a la vez es capaz de demostrar que EVERYBODY SCREAM no es un ejercicio estético sin más, sino un trabajo de investigación simbólica y política con muchísima profundidad lírica. En este álbum Florence Welch mira al pasado más oscuro de Europa para hablar del presente. Su imaginario de brujas y hogueras no nace del mito popular, sino de la documentación real de los procesos inquisitoriales: el Malleus Maleficarum, manual eclesiástico publicado en el siglo XV, sirvió durante siglos como base para la persecución sistemática de mujeres. Welch lo toma como punto de partida simbólico para hablar de las violencias contemporáneas: el cuerpo femenino sigue siendo juzgado, culpado, castigado. Solo han cambiado los tribunales. Una vez asentado el marco conceptual, el álbum se sostiene por sí mismo en dos frentes: la profundidad de su narrativa y una producción que, sin romper con el pasado, afina los matices de su sonido y refuerza su discurso.    



EVERYBODY SCREAM es, ante todo, un álbum profundamente narrativo. Florence Welch construye un relato donde el cuerpo, la culpa y la violencia dialogan con el mito y la historia. A través de una imaginería casi litúrgica —fuego, sangre, redención—, las canciones reescriben la figura de la bruja: ya no es símbolo de pecado ni de locura, sino de resistencia. En ese sentido, el disco actúa como una respuesta poética al Malleus Maleficarum: si aquel texto dictaba cómo debía ser castigada una mujer libre, Welch convierte ese castigo en grito, y el grito en liberación. Es un álbum que transforma el trauma en rito, lo íntimo en colectivo, y la herida en canto. En lo musical, el disco mantiene la impronta reconocible de FLORENCE + THE MACHINE: percusiones rituales, coros ascendentes y ese dramatismo coral que se ha convertido en su sello. Sin embargo, bajo esa superficie familiar, hay una producción más orgánica y contenida. El trabajo conjunto con Aaron Dessner y Mark Bowen (IDLES) aporta un color más crudo, con guitarras y percusiones que suenan más cercanas, menos revestidas de ese oropel barroco que conocíamos de sus primeros álbumes. La épica sigue ahí, pero ahora más terrenal, menos adornada. Se percibe una tensión más física, un latido que sustituye la exuberancia por respiración, espacio y vulnerabilidad. No hay una revolución sonora, pero sí una madurez evidente. Welch no busca reinventarse, sino depurar su lenguaje: reducir la teatralidad para dejar espacio a la palabra. Lo que gana en sobriedad, lo gana también en peso emocional. EVERYBODY SCREAM no sorprende por lo nuevo, sino por lo certero: es el punto en el que la artista consigue que su discurso feminista, su estética mística y su voz de profeta contemporánea confluyan con naturalidad. Por todo ello, aunque no consideremos que haya un salto radical respecto a Dance Fever (2022), sí hay una consolidación de estilo y un crecimiento conceptual innegable. Florence Welch entrega un álbum que dialoga con la historia y con su propio cuerpo, que transforma el dolor en símbolo y la opresión en rito compartido. Por esa coherencia, por esa valentía y por la solidez de su propuesta, nuestra valoración es de un 93 sobre 100: un trabajo sobresaliente, consciente y necesario, que reafirma que Florence no necesita reinventarse para seguir siendo trascendente.


MEJORES MOMENTOS: Music By Men, Everybody Scream, One Of The Greats, Sympathy Magic, You Can Have It All...

MEDIA CRÍTICA: 83/100

NUESTRA VALORACIÓN: 93/100

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